Si me invade Rusia no me sorprenderá. Al fin y al cabo he leído Crimen y Castigo, que no el antecedente de Los Misterios de Laura, sino una cumbre literaria que desemboca en un epílogo de conversión. Por menos ha invadido a Ucrania, previa petición, es cierto, de una de sus regiones, Crimea, para anexionarse a la mamá grande, opción que los cosacos prefieren para que Moscú le lleve la cuenta de los rublos en vez de echarse en brazos de la Europa del euro, esa que no entiende cómo alguien prefiere ser mujik a secas antes que receptor de subvenciones a cargo de la política agraria común.
Europa no se entera. Y España, tampoco. El nacionalismo cursa siempre por encima de la economía. Por eso Francisco ha mostrado su preocupación por la unidad territorial en la visita ad limina de los obispos españoles. El Papa sabe que los procesos secesionistas se tramitan por lo general por el procedimiento de urgencia y con violencia, que es la antítesis del Mandamiento nuevo.
El sumo pontífice demuestra tener una percepción más exacta de lo que ocurre en el mundo que los mandatarios nacionales y europeos. Sirva como ejemplo que Bruselas, en vez de ponerse seria, ha suspendido las negociaciones sobre los visados con Rusia. Tal vez para garantizarse de que, al no contar con la autorización preceptiva, no se atreverá a invadir de nuevo Polonia.