Hay otra cosa, que debemos considerar en la tentación del Señor: podía haber precipitado a su tentador al abismo, pero no hizo uso de su poder personal; se limitó a responder al diablo con los preceptos de la Escritura Santa. Lo hizo para darnos ejemplo de su paciencia, e invitarnos así a recurrir a la enseñanza más que a la venganza… ¡Ved qué paciencia tiene Dios, y cuál es nuestra impaciencia! Nos dejamos llevar por el furor tan pronto como la injusticia o la ofensa nos alcanzan… (San Gregorio Magno Homilías sobre el Evangelio, n° 16)
Pecar es actuar de forma contraria a la Voluntad de Dios, porque Dios desea que seamos libres y seamos felices. El pecado nos esclaviza y nos destruye internamente. El pecado nace cuando Adán y Eva rompen la comunicación con Dios, cuando actúa al margen de su Voluntad, tal como San Gregorio de Nisa nos enseña. Entonces la libertad se degrada hasta convertirse en simple capacidad de elegir. Elección que suele hacerse sin conocer ni aceptar las consecuencias de nuestros actos. Sin la Gracia de Dios, nos convertimos en ciegos y sordos.
El pecado tiene una dimensión social que solemos olvidar. ¿Por qué? Porque nuestros actos no quedan recluidos en un daño personal, sino que tendemos a "contagiar” el dolor que causa en pecado en nosotros a otras personas. Una mentira da pie a que quien la recibe, vuelva a mentir. Si causamos sufrimiento a un inocente, este inocente se sentirá justificado de actuar como nosotros hemos hecho con él.
Cristo, no intentó trasladar la tentación a otra persona, sino que actuó con santidad. Se “limitó a responder al diablo con los preceptos de la Escritura Santa”. La santidad es la única forma de parar la cadena del pecado que llega a nosotros. Cristo recurrió “a la enseñanza más que a la venganza”. La santidad conlleva nuestro sí comprometido para que Dios extienda su Gracia hasta nosotros y seamos capaces de parar la cadena del pecado en el momento de la tentación. El acto de parar el pecado conlleva sacrificio. Sacrificio que se corresponde a la penitencia que desarrollados en Cuaresma y que lo que busca es nuestra conversión.
¿Y no has advertido en el Profeta: «Hablad en vuestro interior, y en vuestros lechos, compungíos. Ofreced sacrificios justos, y confiad en el Señor» ¿Dónde crees que se ofrece el sacrificio de justicia, sino en el templo de la mente y en lo interior del corazón? Y donde se ha de sacrificar, allí se ha de orar. Por lo cual no se necesita de locución, esto es, de palabras sonantes, cuando oramos… (San Agustín, Del Maestro, Cap. I)
San Agustín señala que el sacrificio justo es el que realiza en nuestra mente y en nuestro corazón. Este sacrificio produce que la voluntad no acceda a la tentación y detenga el pecado. También habla de la oración como fundamental para acompañar este sacrificio y propiciar nuestra conversión: “donde se ha de sacrificar, allí se ha de orar”. Oración que es práctica directa de las virtudes.
Para de veras encontrar a Dios no es suficiente orar con el corazón y con las palabras, ni aprovecharse de ayudas ajenas. Esto hay que hacer, pero, además, esforzarse lo que pueda en la práctica de las virtudes. En efecto, aprecia más Dios una acción que haga la propia persona, que otras muchas que otras personas hagan en su favor (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 3, 2)
¿Y la misericordia? ¿Dónde la hemos dejado? La misericordia es fundamental para vivir la Cuaresma. Misericordia que se hace limosna, donación de nosotros mismos y humilde aceptación de la Voluntad de Dios. Misericordia que nos permite compadecernos y vernos reflejados en quien nos hace daño. Quien es tentado y cae en pecado, sufre sus consecuencias hasta el punto de buscar alivio al dolor, trasladando del error a otra persona. ¿No es digna de misericordia y justicia esta persona?
El problema es que nuestra misericordia humana siempre está falta de justicia y nuestra justicia humana, siempre necesita de más misericordia. Sólo Dios es capaz de dar ambas en la justa medida (divina proporción) para que el pecado se detenga y la persona recobre su equilibrio. La Gracia es la luz que nos permite romper la cadena del pecado y volver a ser libres.
Quien es tentado, debería de buscar abrirse a la Gracia que transforma y equilibra nuestra naturaleza humana. Gracia que nos permite actuar con santidad y detener el empuje del pecado que desea transmitirse a través de nosotros. Esto necesita de sacrificio, que se hace penitencia y da lugar a nuestra conversión.