El desarrollo de nuestra vida espiritual…, es siempre lento y dentro de esa lentitud, para que se avance debe de existir una perseverancia. Y todos sabemos que la perseverancia requiere tiempo para ponerse de manifiesto. En el desarrollo espiritual de nuestra alma todo lo que no sea avanzar, aunque sea lentamente es retroceder. No es nunca vida espiritual íntima de una persona, un camino de rosas, porque como dice el Señor refiriéndose a los que no observan sus mandamientos: "13…. Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes. 14 Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. (Mt 22,1214).
El bienintencionado deseo de muchos, que con el fin de que se acepte el Evangelio por una sociedad, que está caminando de espaldas a Él, ha realizado inconscientemente una edulcoración de la palabra de Cristo, Y es que no por mucho edulcorar la realidad evangélica, aumenta el deseo de seguir a Cristo. Él mismo nos aconsejó, buscar siempre lo áspero, lo difícil…: “13 Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y son muchos los que por ella entran. ¡Que angosta es la puerta, y que estrecha la senda que conduce a la vida, y que pocos son los que atinan con ella!”. (Mt 7,13). Las palabras del Señor son muy claras, y ellas nos llevan a considerar que la senda que aquí en este mundo, nos conduce a la vida eterna, es el llevar una constante Vida espiritual en continuo ascenso, porque en la vida espiritual el que no avanzan retrocede y el que retrocede es que tira la toalla para irse a la senda ancha que lleva a la perdición. Y no nos asustemos nunca, por los versículos anteriores Él está siempre a nuestro lado, recordemos las palabras del Señor: “29 Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, 30 pues mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mt 11, 29-30).
La vida cristiana, ante todo, No Es un ideal, es una realidad, la realidad de la vida trinitaria infundida en nuestros corazones; el único ideal, es que esta realidad se desarrolle, algo muy sencillo que se vuelca en nuestro corazón, no sabemos por qué ni cómo, y que hace fácil todo lo demás. Mi yugo es dulce y mi carga es ligera y esto es, la realidad de lo que nos ocurre. Es propio de la dinámica del desarrollo de la vida espiritual, no esperar la recepción de bienes materiales, ya que en la medida en que se avanza en la vida interior, el índice de contrariedades y tribulaciones puede aumentar, porque esto es lo necesario, para poder identificarse uno con los sufrimientos del Señor, que claramente dijo: “El que me ame, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga”. Bien es verdad, que al que siga este camino, Dios le colmará de gracias para hacer frente a sus tribulaciones. La leyenda de Job, es eso una leyenda, de la que ignoramos si realmente Job existió. Más bien parece, que Dios permitió la escritura de esta leyenda, para consuelo de los atribulados israelitas de su época, todos ellos de dura cerviz y muy materializados. Es de ver, que nadie sabe ni pueda afirmar, de un santo del Nuevo Testamento, al que como premio en este mundo, Dios al final de sus días le multiplicase, su bienes materiales, como en el caso de Job, lo realizó multiplicándole, los rebaños de bueyes, burros y camellos.
Cuando el Espíritu Santo, por la razones que Él solo conoce, crea en una alma, un fuerte deseo de buscar y encontrar a Cristo, si es que no lo conocía, y si antes lo conocía, no tenía el deseo de amarle más que antes, ahora lleva a esta alma, a una conversión a un cambio de vida, que los que le conocen no comprenden, pero que él sí sabe bien lo que hace. Comienza entonces en esta alma una conversión o metanoia, que si persevera en ella, las puertas del cielo las tiene ya abiertas. Es de tener presente que la vida espiritual requiere una primera conversión, pero esta no será nunca la última si existe perseverancia en al amor a Cristo, porque el aumento de ese amor requiere siempre una continua conversión. Porque en la vida espiritual, la llegada a una meta abre necesariamente nuevos horizontes y objetivos que antes no era posible divisar. Dios nos lleva delante de modo gradual y como por etapas, entre dolores y consuelos, y sin descubrirnos al principio y de golpe, todos los recovecos, ascensiones y bajadas del camino. No todos los tramos del camino son humanamente comprensibles. Lo adornan o lo hacen dramático sucesos y circunstancias imprevisibles o al menos no previstas. Son eventos que no se entienden bien hasta más tarde.
En sí, la vida espiritual de un alma que avanza, es siempre una continua conversión, muchas veces sin que ella misma se dé cuenta de ello. Muchas veces la conversión de un alma surge, cuando una persona a la edad que sea, descubre la perla evangélica (Mt 13,45-46), o el tesoro oculto: "44 Es semejante el reino de los cielos a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta y, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”. (Mt 13,44). Y ella entonces, comienza con todo ardor a tratar de ganar, el tiempo tontamente antes había perdido, y desarrollar su vida espiritual, para abrir los ojos y los demás sentidos perceptivos de su alma, al Señor. Esta persona en la medida en que va avanzando más, va descubriendo la existencia de un mundo antes ignorado. Él o ella, va comprendiendo que el objetivo de nuestra peregrinación en este mundo, es capacitarnos para la unión eterna con Dios, y esta tarea a medida que va avanzando, nos va llevándonos al espacio en que Dios habita en el corazón de nuestra alma. Pero para el desarrollo de esta tarea, se necesita mucho valor, voluntad y concentración de energía para anular la fuerza de nuestro yo egocéntrico, reforzadas por las artimañas demoniacas y así lograr en nuestro interior un espacio, para que nuestro verdadero yo surja y cobre vida en Dios.
Esto es, el negarse uno a si mismo que nos recomendó el Señor, cuando nos dijo: "Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara. Y ¿que aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O que podrá dar el hombre a cambio de su alma?”. (Mt 16,24-26). A medida que la persona avanza en el desarrollo de su vida espiritual, va descubriendo una serie de realidades que le hacen transformar su antigua escala de valores, por otros, quizás ya conocidos pero no apreciados ni practicados debidamente.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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