El Anticristo recibe el doctor honoris causa en teología por la Universidad de Tubinga; es un gran experto en la Biblia (Soloviev)
Pongo algunos ejemplos para que se entienda. Alguien suspende un examen y dice: “era voluntad de Dios”, cuando en realidad no ha pegado palo al agua, es decir, no ha estudiado ni para fardar. O bien, una persona lleva tiempo en el paro y cuando le compadecen su mala suerte, responde: “no está de Dios”, pero resulta que se pasa todo el día en casa, tumbado/a en el sofá, sin mover un dedo para conseguir trabajo.
Y, como decía antes, lo que es mucho peor, te encuentras quien, no se sabe ni como ni porqué, conoce la voluntad de Dios sobre la vida de los otros sin error alguno. Entonces es capaz de decidir la vocación de los demás. Empieza con frases del estilo: “He visto claramente que Dios te llama a …”; o “está claro que tienes vocación de…”. Es cierto, que ha habido santos y hay personas que tienen el don de discernimiento de espíritu, pero me dan pánico los que se apropian de la voluntad de Dios sobre la vida de los demás. Y, especialmente, los que condenan con las llamas del infierno si no haces “la voluntad de Dios”, es decir, la suya.
En todo esto, consciente o inconscientemente, hay un uso fraudulento del nombre de Dios. Como hizo el diablo en las tentaciones de Jesús, la Biblia se puede manejar a conveniencia para que la Palabra de Dios diga lo que nos gusta oír. La tentación, entonces, consiste en querer manipular a Dios según mis propios intereses, gustos, aficiones… Es un objeto que uso a conveniencia.
La cuestión es si dejamos a Dios ser Dios o, por el contrario, caemos en la tentación de querer ocupar su puesto, como intentó el diablo en el desierto. Y, por eso, la verdadera voluntad de Dios es aquella que me lleva a Otro, es decir, la que pone el centro en Dios y no en uno mismo. La voluntad de Dios es, en definitiva, la que me lleva a adorar a Dios y sólo a Él dar culto.
Dificultoso es juzgar si te induce buen espíritu o malo a desear esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu. Muchos han sido engañados al fin, que al principio parecía ser movidos por buen espíritu.
Por eso, sin verdadero temor de Dios y humildad de corazón, no debes desear, ni pedir cosa que al pensamiento se le ofreciere digna de desearse, y especialmente con entera resignación de la propia voluntad, remítelo todo a mí, y puedes decir: Oh Señor, tú sabes lo mejor, haz que se haga esto o aquello como más te agrade. Dame lo que quisieres, cuanto quisieres y cuando quisieres; haz conmigo como sabes, y como más te pluguiere y fuere mayor honra tuya. Ponme donde quisieres, y obra libremente conmigo en todas las cosas. Yo estoy en tu mano, vuélveme y revuélveme alrededor. Ve aquí tu siervo preparado para todo, porque no deseo, Señor, vivir para mí, sino para ti; quiera tu misericordia que viva digna y perfectamente.[1]
[1] Kempis, Imitación de Cristo III, 15.