Presencia de Dios
En el día de ayer veíamos que Cristo pone una condición para seguirle: tomar la cruz de cada día. A Cristo se le sigue con el sacrificio. Y se le sigue para alcanzarle, para ir a la par suya, para caminar juntos, para identificarnos con El. Pero alcanzar a Cristo significa haber encontrado definitivamente a Dios. Y encontrarlo es convivir con El de una manera continua.
Mientras estamos en la tierra somos peregrinos que vamos con esfuerzo al encuentro de una Patria futura. «En la liturgia terrena preguntamos y tomamos parte de aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero...» (Vatiano II, Sacrosanctum Concilium, n. 8).
¿No es cierto que hasta entonces, aún nos queda mucho por caminar? Todavía Cristo nos lleva mucha delantera. Es necesario apretar el paso. Hay que acelerar el ritmo. El ayuno, la mortificación, me sigue siendo imprescindible. Pero, eso sí, un ayuno alegre, en presencia de Dios. Un ayuno sincero. Al gusto de Dios.
«Entonces nacerá una luz como la aurora, enseguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás Irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá; gritarás y te dirá: Aquí estoy. Porque Yo, el Señor tu Dios, soy misericordioso» (Is. 58, 1 s.)
El sacrificio que Dios quiere es el que nos lleva a querer más a los demás y nos trae la alegría de la presencia de Dios.
Juan García Inza
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