Sí, queridos amigos, porque tal día como hoy pero del año 321, van camino pues de cumplirse pues diecisiete siglitos justos,
Constantino I el Grande y
Crispo, emitían el siguiente decreto:
“En el venerable día del Sol, que los magistrados y las gentes residentes en las ciudades descansen, y que todos los talleres estén cerrados. En el campo, sin embargo, que las personas ocupadas en la agricultura puedan libremente y legalmente continuar sus quehaceres, porque suele acontecer que otro día no sea apto para la plantación o de viñas o de semillas; no sea que por descuidar el momento propicio para tales operaciones la liberalidad del cielo se pierda”.
Era una de esa medidas que contribuían a la progresiva cristianización del Imperio acometida desde la promulgación por
Constantino y
Licinio del
Edicto de Milán en el año 313 (
pinche aquí para conocerlo todo sobre él), y se culminaba con la del Edicto de Tesalónica del año 378 (
pinche aquí si le interesa conocerlo) que emitía el Emperador español Teodosio.
El domingo era el llamado
“dies solis” (día del sol) por los romanos, y
“primer día de la semana por los judíos”, el que seguía al sagrado sábado o
sabat convertido en último día de la semana.
Su importancia en el ámbito cristiano radicó en el hecho de que fuera un domingo cuando se produjera la resurrección de
Jesús, como bien indican con toda claridad todos los evangelistas… ¡¡¡incluído
Juan!!!:
“Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana […]
” (Mt. 28, 1).
“Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro […]
” (Mc. 16, 2).
“El primer día de la semana, muy de mañana […]” (Lc. 24, 1).
“El primer día de la semana […]” (Jn. 20, 1).
Que los cristianos empiezan a celebrar el domingo con una especial solemnidad desde muy temprano es algo que se extrae con facilidad de las propias páginas canónicas. Después de informar de que desde los primeros momentos, los cristianos
“se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch. 2, 42), nos dice el mismo libro de los
Hechos de los Apóstoles con claridad cuándo se celebraba esa fracción del pan:
“El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, disertaba ante ellos y alargó la charla hasta la media noche” (Hch. 20, 7)
Dicho primer día de la semana, empieza desde muy pronto a llamarse
“día del Señor”, como se atestigua canónicamente en el mismísimo
Apocalipsis, escrito hacia el año 100:
“Caí en éxtasis el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta” (Ap. 1, 10).
El tempranísimo texto de la
Didaché también recoge la consolidada costumbre de celebrar la fracción del pan en el primer día de la semana, al que por cierto, llama como Juan
“el día del Señor”:
“En el Día del Señor reúnanse y partan el pan. Y den gracias [ofrezcan Eucaristía, que eucaristía se traduce como acción de gracias]
, después de confesar sus pecados, que su sacrificio sea puro”.
Parece que el primero en llamar “domingo” al que ya se denominaba “día del Señor” habría sido
San Justino en su
“Apologética”.
Tertuliano en su
“De orationes” nos informa de que la celebración del domingo, como los judíos el sabat, se debe acompañar también del descanso:
“Nosotros, sin embargo, en el día de la Resurrección del Señor debemos tratar no sólo de arrodillarnos, sino que debemos dejar todos los afanes y preocupaciones, posponiendo incluso nuestros negocios”.
Un tema, este de la relación entre celebración dominical y descanso al modo en el que lo hacen los judíos durante el sabat, que dará mucho que hablar en el ámbito cristiano, suscitando todo un debate al que dedicaremos en breve una entradita en esta columna.
El
Concilio de Elvira, primero de los europeos aunque no ecuménico, celebrado en España, muy cerca de Granada en los primeros años de siglo, decreta:
“Si alguien en la ciudad deja de venir a la iglesia por tres domingos, que sea excomulgado por un corto tiempo para que se corrija”.
Y las
“Constituciones Apostólicas” escritas hacia finales del s. IV prescriben tanto la asistencia a misa como el descanso dominical, mandato que a mayor abundamiento, se atribuye a los apóstoles.
©L.A.
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