Miguel Hernández podía haber prologado sin remordimiento de clase la carta del apóstol Santiago, todo un ejemplo de literatura social que contrasta con el gusto por la fábula de la Junta de Andalucía, administración que insufla en el imaginario colectivo la creencia de que el clero es lobo de campanario, motivo por el que está dispuesta a limitar en un tercio el horario lectivo de Religión e incluso propone que la materia no la impartan los doctores que tiene la Iglesia, lo que viene a ser, más o menos, como si feminismo abortista pidiera que la próxima manifestación por el derecho a decidir la encabezara Munilla.

El socialismo andaluz no ejerce el derecho al pataleo si puede ejercer el de pernada. Por eso, cuando le molesta una ley estatal, le mete mano a la Iglesia, a la que le sugiere incluso que delegue en el PSOE el contenido de su propia asignatura. Huelga decir que esta gente adaptaría el Catecismo a su modo de proceder, de manera que si Susana Díaz impartiera clases de Religión es previsible que, por deformación profesional, explicaría el asunto del maná como un caso claro de clientelismo.