En los últimos días, una nueva oleada de casos de abusos sexuales por parte de algunos sacerdotes golpea a la Iglesia en varios países. Como laicos, en medio de la crisis y de los anti-testimonios, nos toca abogar por la tolerancia cero y, al mismo tiempo, conservar la fe, recordando que la hemos puesto en Dios y no en una o varias personas que, pese a ser miembros de la Iglesia, han actuado en contra de lo que ella enseña.
Así las cosas, el camino para enfrentar el problema de los abusos en la Iglesia (que ya está en curso pero viene bien recordar), pasa por tres verbos: limpiar, resarcir y filtrar. Comencemos por el primero. Limpiar, quiere decir expulsar, procesar y, en su caso, condenar a los culpables por la vía canónica y civil. Desde luego, teniendo las pruebas para hacerlo. Resarcir, porque aunque no hay forma de compensar el dolor de las víctimas, es justo que se les atienda desde el punto de vista humano y material. Filtrar, en el sentido de seguir diseñando mecanismos que eviten el ingreso y estancia de personas con perfil peligroso en los seminarios y casas de formación. Y no solo eso, sino también ubicar cuando la motivación de estar ahí es cualquier cosa que no sea una sólida experiencia de Dios. Obsesión por el poder, un medio para salir de la pobreza, etcétera, constituyen un síntoma claro de que deben salir. Dejar de confundir la misericordia con que se permita o justifique que continúen dentro. Hay personas imposibilitadas para ser sacerdotes. Como decía el entonces cardenal Ratzinger, el sacerdocio no es un derecho.
Cuando se trate de obispos, merece la pena considerar la opción de que sus casos sean estudiados por un ente externo y no por la conferencia episcopal en cuestión. Con ello, habría mayor credibilidad y transparencia. A pesar de que siguen surgiendo anti-testimonios, conviene recordar que lo mejor es que todo se conozca y publique, a fin de superar la crisis y reorientar la formación en los seminarios y otros espacios de la Iglesia, velando para que dichos casos nunca se repitan. Ahora, hay mayor conciencia del problema y eso es un paso fundamental, además de las líneas dadas por el Papa Benedicto XVI y que continúan vigentes con el Papa Francisco.