Lo primero que se ha de decir cuando del miércoles de ceniza se habla es que se trata de una más de las muchísimas fiestas móviles existentes en la liturgia de la Iglesia, dependiente como la gran mayoría de ellas de la fecha en la que quede emplazado el domingo de resurrección, técnica que los lectores de esta columna conocen bien y si no, pueden conocer fácilmente pinchando aquí.
Esto dicho, el miércoles de ceniza marca el comienzo de la cuaresma, y en consecuencia, tiene lugar cuarenta días antes del día en que da comienzo la Pascua cristiana o Semana Santa, esto es, el
Domingo de Ramos. Cuarenta días, por cierto, contabilizados al modo judío, es decir, incluyendo en el cómputo tanto el día de inicio como el de consumación, lo que en términos actuales significa en realidad 39, de parecida manera a como
Jesús resucita al tercer día siendo así que es crucificado un viernes y resucita un domingo. Hechas todas estas premisas, cae el miércoles de ceniza entre el 4 de febrero el año que más temprano, y el 10 de marzo el año que más tarde.
Consiste el ceremonial en la imposición sobre la frente de unas cenizas que son el resultado de la quema de los ramos de la Semana Santa del año anterior, rociadas con agua bendita y luego sahumadas con incienso y acompañada de unas palabras que actualmente son
“conviértete y cree en el Evangelio”, tomadas del
Evangelio de Marcos:
“Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva’” (Mc. 1, 15).
Aunque tradicionalmente fueron
“recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás”, procedentes del libro del
Génesis:
“Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Gn. 3, 19)
Y que asemejan mucho al “memento mori” (“recuerda que has de morir”) con el que un esclavo asaeteaba sin parar al homenajeado general, para recordarle lo efímero de su propia natualeza.
Y es también día tanto de
ayuno como de
abstinencia. Un ayuno y una abstinencia que forman parte de las escasas imposiciones alimenticias del cristianismo, bastante excepcionales por comparación a las que imponen las otras dos religiones monoteístas, judaísmo e islam.
La ceniza no es un elemento desconocido a la liturgia judía. Buena prueba de ello son las alusiones que recoge el
Antiguo Testamento, concretamente en el
libro de Daniel:
“El año primero de Darío, hijo de Asuero, de estirpe meda y rey del imperio de los caldeos, el año primero de su reinado, yo, Daniel, me puse a investigar en las Escrituras sobre los setenta años que, según la palabra de Yahvé dirigida al profeta Jeremías, debía durar la ruina de Jerusalén. Me dirigí hacia el Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza” (Dn. 9, 1-3).
Episodio en el que además la vemos relacionada con el ayuno
Y también éste del
libro de Jonás:
“Por segunda vez Yahvé habló a Jonás, diciéndole: ‘Prepárate y vete a Nínive, la metrópoli, para anunciarle el mensaje que yo te comunique’ Jonás se preparó y marchó a Nínive, de acuerdo con la orden de Yahvé. Nínive era una gran metrópoli, con un recorrido de tres días. Jonás comenzó a atravesar la ciudad y caminó un día entero proclamando: ‘En el plazo de cuarenta días Nínive será destruida’. Los ninivitas creyeron en Dios, organizaron un ayuno y grandes y pequeños se vistieron de saco. El anuncio llegó hasta el rey de Nínive, que se bajó del trono, se quitó su manto, se cubrió de saco y se sentó en la ceniza” (Jn. 3, 1-6).
En el que una vez más la vemos relacionada con el ayuno y no sólo con el ayuno, sino con el plazo de cuarenta días, en este caso los que restan para que Nínive sea destruída; en el del sacramental cristiano el de la cuaresma a la que antecede.
De que la práctica estaba vigente en tiempos de
Jesús da buena cuenta esta referencia en el
Evangelio de Mateo, donde el Nazareno hace esta advertencia:
“¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido” (Mt. 11, 21)
Existen menciones muy antiguas al ritual cristianos de la ceniza en la literatura paleocristiana. Aparece desde luego en el
Sacramentario Gregoriano, que aunque nos llega en una recopilación del s. VIII, tiene contenidos que datan muchos de ellos de mucho antes, tanto como los tiempos del
Papa San Gregorio Magno, que reina del 590 al 604.
Y recoge también la práctica el abad benedictino inglés
Aelfrico de Eynsham (9551010 o 1022), importante escritor que escribió mucho sobre las prácticas de la iglesia, en cuya obra
“Vida de santos” nos cuenta:
“Leemos en ambos libros en la Antigua Ley y en la Nueva que los hombres que se arrepentían de sus pecados se cubrían a sí mismos con cenizas y vestían sus cuerpos con cilicio. Ahora hagamos este poco al comienzo de nuestra Cuaresma, que rociemos cenizas sobre nuestras cabezas para denotar que debemos arrepentirnos de nuestros pecados durante el ayuno cuaresmal”.
©L.A.
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