La fe de erratas se deriva de la conversión del periodista que yerra. Pero es una fe a la fuerza, como de médico a palos, porque el reportero suele siempre creer que el error tipográfico es el psicoanálisis de la noticia, es decir, una forma subliminal de expresar lo que se siente, como evidencia la información que en pleno franquismo publicó según se dice un periódico de provincias sobre la visita de una señorona a un pueblo, cuyo alcalde le regaló un cerdo. En el diario se reflejó, sin embargo, que el cerdo le había regalado un alcalde, aunque no especificaba si entrado en carnes.

El periodista de hoy, tan reacio a admitir sus propios fallos, no deja pasar los del prójimo, al que en vez de amar vigila con la intención de airear las palabras que se salen del contexto, tal que cazzo, eufemismo utilizado en Italia para designar con intención promiscua al aparato reproductor, que el Papa pronunció por caso en el sermón dominical. Francisco rectificó al instante, pero el yerro viajaba ya a internet, donde sirve choteo a quienes desconocen que el escándalo del Evangelio no tiene nada que ver con la ordinariez.