Había participado con mis alumnos en un encuentro organizado por la Diócesis con otros chavales de distintos institutos públicos. Entre otra muchas actividades, un pequeño grupo de seminaristas del seminario menor, de la misma edad que mis alumnos, dió su testimonio de por qué querían ser curas, algo que impresionó mucho a mis pupilos.
Al día siguiente en clase saltó la pregunta de una de mis alumnas, de la clase de 1º de la ESO (1213 años)
- ¿Esos chicos no son demasiado jóvenes para querer ser curas?
En lugar de darles una respuesta sobre el significado y alcance de la vocación se me ocurrió hacer un pequeño “experimento”
- Veamos, vosotros que tenéis su misma edad, levantad la mano los que hayáis pensado si queréis casaros o no de mayores- la práctica totalidad levantó sus manos
- Decidme también si sabéis de qué os gustaría trabajar- Idéntico resultado
- Dónde os gustaría vivir, cómo sería vuestra casa, número de hijos que os gustaría tener
Una tras otra todas las preguntas tenían la misma respuesta, una mayoría de manos levantadas.
Para acabar se me ocurrió hacer una última pregunta general
- Decidme por último cuantos de vosotros habéis pensado en el nombre que le pondríais a vuestro primer hijo.- Los chicos se miraron unos a otros y automáticamente comenzaron a reir y en el acto se produjo la misma respuesta anterior, casi todos levantaron las manos. Solo me quedó por tanto concluir
- Pues si vosotros que tenéis su misma edad ya os habéis planteado si os gustaría casaros o no, de qué profesión trabajaríais, dónde os gustaría vivir, cuantos hijos tener e incluso el nombre que le pondríais a vuestro primer hijo, estos chicos hoy tienen claro que quieren ser curas y por eso han entrado en el seminario menor. Sólo Dios sabe cuantos de ellos llegarán a serlo, de la misma manera que otros muchos que hoy en día ni se les ha pasado por la cabeza, finalmente se ordenarán.