Uno de los dominicos de Almagro
El Siervo de Dios Ubaldo Albacete Moraleda es uno de los 27 mártires de Almagro que no aparece en la película “Bajo un manto de estrellas” de Óscar Parra. Aunque si se le menciona al principio de la película cuando se habla de cómo lo que son de pueblo cercanos deben refugiarse en sus casas. Cuenta el padre Marcos Rincón Cruz en su magna obra “Testigos de la fe. Mártires franciscanos de Castilla (19361939)” (Madrid 1997) que: “Isaac Albacete y Josefa Moraleda, consaburenses, formaron un cristianísimo y prolífico matrimonio. Vivieron muchos años en las dependencias de la cárcel reservada a la familia del pregonero, oficio que ejerció el padre. De sus ocho hijos, dos los entregaron al servicio del Señor: el segundo, Juan José, franciscano y el tercero, Ubaldo, dominico; ambos llegarían a ser mártires de la fe en 1936.
Juan José nació el 23 de junio de 1907. Ubaldo había nacido en Consuegra (Toledo), el 14 de mayo de 1910. El Siervo de Dios Juan José Albacete Moraleda, ocupaba el cargo de rector del Seminario Menor de Pastrana (Guadalajara) cuando estalló la persecución religiosa en los días de la guerra civil. Sufrió el martirio, intentando llegar a Consuegra, por Madrid, desde esta localidad alcarreña. Era el viernes 7 de agosto de 1936, sobre las seis de la tarde, en el Puente de Vallecas de Madrid.
Por su parte, Fray Ubaldo profesó en la Orden de Predicadores, en el convento de Almagro, en 1934, como Hermano Cooperador. El 24 de julio de 1936 fue a refugiarse en casa de sus padres, donde lo encontraron los milicianos el 11 de agosto.
Prisión en Santa María. Martirio en Los Yébenes
Escribe el padre Marcos Rincón que “a partir del 19 de agosto, quedaron en la iglesia-prisión de Santa María (bajo estas líneas) cinco franciscanos de la comunidad de Consuegra con otros sacerdotes y religiosos”. Se trataba de cuatro escolapios y de Fray Ubaldo Albacete, hermano dominico.
Iban pasando los días y llegó el 23 de septiembre. Ese día trajeron a enterrar a Consuegra a un comunista del pueblo, apodado “Maricabolo”, muerto en un ataque de los republicanos al Alcázar de Toledo. Durante el entierro, se oía decir a algunos de los asistentes que “por uno de los rojos muertos tenían que matar a muchísimos”. Después del entierro, la turba gritaba en la plaza: “¡Ahora vamos por los de la cárcel para asesinarlos! ¡Vamos a matar a todos los de la cárcel!”. Las autoridades los contuvieron diciéndoles que ya llegaría la noche y los sacarían.
En efecto, la noche del 23 al 24 de septiembre las autoridades de Consuegra llevaron a cabo una nueva “saca” con todos los sacerdotes y religiosos que quedaban en la cárcel: siete sacerdotes seculares, cuatro escolapios, un hermano dominico y cinco franciscanos.
Las autoridades ordenaron a Gregorio Peces y su ayudante, Teófilo Perulero, como de ordinario, conducir el camión hasta la iglesia de Santa María. Cuando el vehículo llegó, los dieciséis sacerdotes y religiosos fueron sacados de la iglesia, maniatados con soguillas de mies. Varios milicianos los lanzaban a la caja del camión y otros los arrastraban para colocarlos. Todo fue en silencio por parte de las víctimas y de los verdugos. Dirigía la operación el jefe de la policía local, Anacleto Gallego, apodado “El Calesero”, acompañado del cabo de los serenos, José Gallego, de Parmenio Gutiérrez y de los tres hermanos, Eleuterio, Felipe y David García Seguín. Intervinieron otros veinte, no todos de Consuegra.
Anacleto Gallego, desde un coche pequeño, indicó al conductor del camión que le siguiese. Iban en dirección a Los Yébenes (Toledo). Salieron entre la 1 y las 2 de la madrugada. Recorrieron 20 kilómetros aproximadamente y unos cinco antes de llegar a Los Yébenes mandaron detener el camión. Bajaron a las víctimas, los cachearon, les quitaron los objetos religiosos, los maltrataron y les insultaron:
“-Canallas, vais a pagar lo que habéis hecho”.
Mientras los bajaban del camión, sigue narrando el padre franciscano Marcos Rincón, los ponían en fila y esperaban la orden de disparar, se produjo un gran vocerío por parte de los milicianos. Asistieron también a la ejecución unos “maletillas” que habían venido de Madrid para torear en las fiestas de Consuegra; estos insultaban a los que iban a ser fusilados y les hacían preguntas en son de burla; alguno dice que hasta los toreaban. El padre Ramón Pérez preguntó a los del piquete:
“-A nosotros, por qué nos matan, ¿por ser religiosos?”
“-Sí, por ser frailes”, le replicaron
“-Pues, entonces, ¡adelante!, moriremos contentos”.
Anacleto Gallego ordenó que los alumbrasen con los faros de los coches y del camión. Los dieciséis eclesiásticos fueron colocados en fila, en tierra de labor, a un metro de la linde o poco más. Dada la orden, el piquete de ejecución disparó sobre los dieciséis, que clamaron como un solo hombre: “¡Viva Cristo Rey!”. Un testigo ocular dice que un franciscano delgado y bajo (únicamente podía ser Fray Gregorio), ya en suelo, tras haber recibido los disparos, repitió todavía: “¡Viva Cristo Rey!”. Los verdugos les fueron dando el tiro de gracia. Al terminar, dijeron: “-Ya han caído”, se montaron en los vehículos e iniciaron la vuelta a Consuegra. A unos 14 kilómetros de ésta, vieron venir un coche, lo que les sobresaltó, detuvieron los vehículos y bastantes se escondieron. Era el alcalde de Consuegra con un farmacéutico y un médico; iban a ver si llegaban a tiempo a la ejecución. Se identificó el alcalde y preguntó:
“-¿Los habéis fusilado?”.
“-Sí, ya están apañados”, le contestaron.
Y él dijo: “-De todas formas, vamos a ver qué tal están”.
Era la noche del 23 al 24 de septiembre de 1936. El fusilamiento se había efectuado hacia las dos y media de la madrugada del jueves 24. El lugar, el Camino de la Plata del Caorzo, junto al puente del Algodor, a pocos metros de la carretera de Consuegra a Los Yébenes (Toledo), a 5km antes de llegar a la población.
La muerte de aquel comunista en el asedio del Alcázar de Toledo había sido la ocasión y la excusa. El padre Rincón termina su relato afirmando que “el verdadero móvil del fusilamiento de aquellas dieciséis personas el 24 de septiembre en Los Yébenes fue la lucha contra la religión de parte de los ejecutores, quienes, en esta ocasión escogieron a todos los religiosos y ministros de Dios que estaban a su alcance y únicamente a ellos: los dieciséis que seguían prisioneros en la iglesia de Santa María, de Consuegra, y perseveraban firmes, más fuerte que la vida misma”. Todos ellos fueron enterrados en el cementerio municipal de Los Yébenes, fueron exhumados y enterrados en el de Consuegra poco después de acabada la guerra civil española de 19361939.
La Cruz de los Mártires de Consuegra
En Consuegra, se debe decir que la veneración del pueblo a los que habían sufrido y muerto por su fe hizo que se diese el nombre de Calle de los Mártires a la contigua a la iglesia de Santa María, que les sirvió de prisión, y que les dedicase el jardín más céntrico de la localidad, junto al río Amarguillo, llamándolo Parque de los mártires (frente a la Iglesia de San Juan).
En él se erigió una cruz monumental, en cuyo pedestal se grabaron los nombres de todos los inmolados por los marxistas. Este monumento fue inaugurado el 10 de mayo de 1942. Se repartieron 4.000 estampas-recordatorio; en ellas iba una oración que pedía a Dios aceptase el martirio de todos los inmolados. Esta cruz permanece en el mismo sitio.
Por su parte, Fray Ubaldo profesó en la Orden de Predicadores, en el convento de Almagro, en 1934, como Hermano Cooperador. El 24 de julio de 1936 fue a refugiarse en casa de sus padres, donde lo encontraron los milicianos el 11 de agosto.
Prisión en Santa María. Martirio en Los Yébenes
Escribe el padre Marcos Rincón que “a partir del 19 de agosto, quedaron en la iglesia-prisión de Santa María (bajo estas líneas) cinco franciscanos de la comunidad de Consuegra con otros sacerdotes y religiosos”. Se trataba de cuatro escolapios y de Fray Ubaldo Albacete, hermano dominico.
Iban pasando los días y llegó el 23 de septiembre. Ese día trajeron a enterrar a Consuegra a un comunista del pueblo, apodado “Maricabolo”, muerto en un ataque de los republicanos al Alcázar de Toledo. Durante el entierro, se oía decir a algunos de los asistentes que “por uno de los rojos muertos tenían que matar a muchísimos”. Después del entierro, la turba gritaba en la plaza: “¡Ahora vamos por los de la cárcel para asesinarlos! ¡Vamos a matar a todos los de la cárcel!”. Las autoridades los contuvieron diciéndoles que ya llegaría la noche y los sacarían.
En efecto, la noche del 23 al 24 de septiembre las autoridades de Consuegra llevaron a cabo una nueva “saca” con todos los sacerdotes y religiosos que quedaban en la cárcel: siete sacerdotes seculares, cuatro escolapios, un hermano dominico y cinco franciscanos.
Las autoridades ordenaron a Gregorio Peces y su ayudante, Teófilo Perulero, como de ordinario, conducir el camión hasta la iglesia de Santa María. Cuando el vehículo llegó, los dieciséis sacerdotes y religiosos fueron sacados de la iglesia, maniatados con soguillas de mies. Varios milicianos los lanzaban a la caja del camión y otros los arrastraban para colocarlos. Todo fue en silencio por parte de las víctimas y de los verdugos. Dirigía la operación el jefe de la policía local, Anacleto Gallego, apodado “El Calesero”, acompañado del cabo de los serenos, José Gallego, de Parmenio Gutiérrez y de los tres hermanos, Eleuterio, Felipe y David García Seguín. Intervinieron otros veinte, no todos de Consuegra.
Anacleto Gallego, desde un coche pequeño, indicó al conductor del camión que le siguiese. Iban en dirección a Los Yébenes (Toledo). Salieron entre la 1 y las 2 de la madrugada. Recorrieron 20 kilómetros aproximadamente y unos cinco antes de llegar a Los Yébenes mandaron detener el camión. Bajaron a las víctimas, los cachearon, les quitaron los objetos religiosos, los maltrataron y les insultaron:
“-Canallas, vais a pagar lo que habéis hecho”.
Mientras los bajaban del camión, sigue narrando el padre franciscano Marcos Rincón, los ponían en fila y esperaban la orden de disparar, se produjo un gran vocerío por parte de los milicianos. Asistieron también a la ejecución unos “maletillas” que habían venido de Madrid para torear en las fiestas de Consuegra; estos insultaban a los que iban a ser fusilados y les hacían preguntas en son de burla; alguno dice que hasta los toreaban. El padre Ramón Pérez preguntó a los del piquete:
“-A nosotros, por qué nos matan, ¿por ser religiosos?”
“-Sí, por ser frailes”, le replicaron
“-Pues, entonces, ¡adelante!, moriremos contentos”.
Anacleto Gallego ordenó que los alumbrasen con los faros de los coches y del camión. Los dieciséis eclesiásticos fueron colocados en fila, en tierra de labor, a un metro de la linde o poco más. Dada la orden, el piquete de ejecución disparó sobre los dieciséis, que clamaron como un solo hombre: “¡Viva Cristo Rey!”. Un testigo ocular dice que un franciscano delgado y bajo (únicamente podía ser Fray Gregorio), ya en suelo, tras haber recibido los disparos, repitió todavía: “¡Viva Cristo Rey!”. Los verdugos les fueron dando el tiro de gracia. Al terminar, dijeron: “-Ya han caído”, se montaron en los vehículos e iniciaron la vuelta a Consuegra. A unos 14 kilómetros de ésta, vieron venir un coche, lo que les sobresaltó, detuvieron los vehículos y bastantes se escondieron. Era el alcalde de Consuegra con un farmacéutico y un médico; iban a ver si llegaban a tiempo a la ejecución. Se identificó el alcalde y preguntó:
“-¿Los habéis fusilado?”.
“-Sí, ya están apañados”, le contestaron.
Y él dijo: “-De todas formas, vamos a ver qué tal están”.
Era la noche del 23 al 24 de septiembre de 1936. El fusilamiento se había efectuado hacia las dos y media de la madrugada del jueves 24. El lugar, el Camino de la Plata del Caorzo, junto al puente del Algodor, a pocos metros de la carretera de Consuegra a Los Yébenes (Toledo), a 5km antes de llegar a la población.
La muerte de aquel comunista en el asedio del Alcázar de Toledo había sido la ocasión y la excusa. El padre Rincón termina su relato afirmando que “el verdadero móvil del fusilamiento de aquellas dieciséis personas el 24 de septiembre en Los Yébenes fue la lucha contra la religión de parte de los ejecutores, quienes, en esta ocasión escogieron a todos los religiosos y ministros de Dios que estaban a su alcance y únicamente a ellos: los dieciséis que seguían prisioneros en la iglesia de Santa María, de Consuegra, y perseveraban firmes, más fuerte que la vida misma”. Todos ellos fueron enterrados en el cementerio municipal de Los Yébenes, fueron exhumados y enterrados en el de Consuegra poco después de acabada la guerra civil española de 19361939.
La Cruz de los Mártires de Consuegra
En Consuegra, se debe decir que la veneración del pueblo a los que habían sufrido y muerto por su fe hizo que se diese el nombre de Calle de los Mártires a la contigua a la iglesia de Santa María, que les sirvió de prisión, y que les dedicase el jardín más céntrico de la localidad, junto al río Amarguillo, llamándolo Parque de los mártires (frente a la Iglesia de San Juan).
En él se erigió una cruz monumental, en cuyo pedestal se grabaron los nombres de todos los inmolados por los marxistas. Este monumento fue inaugurado el 10 de mayo de 1942. Se repartieron 4.000 estampas-recordatorio; en ellas iba una oración que pedía a Dios aceptase el martirio de todos los inmolados. Esta cruz permanece en el mismo sitio.