Es indudable que una cosa es la hipótesis de trabajo y otra dar por cierto un resultado que hay que probar. En el mundo de la ciencia hay muchos proyectos en marcha en periodo de pruebas (medicinas, inventos, remedios…), pero nada hay que dar por cierto hasta que el estudio no llegue a su fin, una vez comprobado todo.
Lo que pasa es que en la “cultura de medios de comunicación” parece que la última palabra la tiene el precipitado informe del último telediario, la opinión de los componentes del debate, la tertulia, el diálogo, de la mesa de redacción… Y hay medios muy especializados en sembrar la opinión pública de medias verdades, de aseveraciones no contrastadas, de dogmas no formulados en serio. Es un hecho que le damos la razón a lo último que ha dicho la tele, la radio, el periódico, internet. Y esa noticia cogida al vuelo, que es una hipótesis de trabajo, se lanza a los cuatro vientos haciéndole decir al personaje en cuestión lo que realmente no ha dicho. Pero lo ha dicho el locutor de turno, el contertulio, el periódico…el que a veces no sabe lo que dice.
Decía François de la Rochefoucauld que hay tres clases de ignorancia: No saber lo que se debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse. A la primera de las ignorancias le podemos llamar incultura; a la segunda ignorancia le podríamos llamar falta de estudio, de formación, superficialidad; a la tercera ignorancia le llamaremos atrevimiento, pero no por parte del que sabe lo que no debiera saberse, sino por parte de quien lo da a conocer sin medir las consecuencias.
¿Por qué digo todo esto? Siguiendo el hilo de mi post anterior, pienso que se están aireando criterios en la “viña del Señor” que el pueblo sencillo, y el pueblo oportunista, no sabe digerir, o los utiliza frívolamente. Me refiero al tema del divorcio y los sacramentos. Nos quedamos con lo que nos interesa. Ya hay una opinión bastante generalizada sobre la indiferencia ante el divorcio, y la Comunión para todos. Ayer mismo una pareja de amancebados con hijos me decían que ellos no siente la necesidad de casarse, y que además comulgan todos los domingos porque el Papa ya ha dado permiso para ello. Esto es una barbaridad moral, y el Papa jamás ha dicho, ni dirá. “ancha es Castilla, todo vale”. Pero entre las opiniones que se lanzan al vuelo, los medios que doran la píldora, la ignorancia tan supina que hay en la gente, y el oportunismo de los que quieren una religión a la carta, lo embrollan todo, y cada cual sigue su conciencia, aunque esté mal formada. “¡Como Dios es tan bueno!, dicen, ¿para qué complicarse la vida?”
Una cosa es la opinión y otra la opinión publicada. Un columnista de prensa decía: Los editoriales o comentarios de prensa parecerían pedacitos de opinión pública; pero, en rigor, son lo único concreto de los pensamientos y sentimientos predominantes en la sociedad, pues la realidad está fragmentada y hay mil maneras distintas de ver las cosas, por diferencias de clase, de formas de vida, de lengua y cultura e inclusive de circunstancias personales. Por eso se dice que la opinión pública es, en realidad, la opinión publicada. (http://www.lostiempos.com/diario/opiniones/columnistas/20091108/el-valor-de-la-opinion-publica_44262_76191.html)
Pues este es el tema: la opinión pública es la opinión publicada. Y cuando la opinión se publica se apodera de la mente del destinatario, que somos todos, y trata de encarrilar el pensamiento en esa dirección. Y llega el momento en que, o se piensa así como se publica, o estás fuera de lugar. Pero no lo olvidemos, una hipótesis de trabajo no se convierte por sí sola en norma de moral. Ha de estar debidamente estudiada, contrastada, formulada y propuesta. Hasta ese momento lo prudente es atenernos a lo que la doctrina y el sentido común nos dicta, evitando optar por un extremo. Pascal decía: “Uno no demuestra su grandeza permaneciendo en un extremo, sino tocando los dos extremos a la vez”. Y para tocar ambos extremos hay que abrir bien los brazos, adoptando la postura del Aquel que fue crucificado entre dos extremos. Solo el que imploró perdón alcanzó la Verdad del Reino de los cielos.
Juan García Inza
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