Las causas perdidas son las únicas que merece la pena defender, porque las demás se defienden solas (Alejandro Llano)
Quienes así hablaron demostraron un gran desconocimiento de la doctrina social de la Iglesia y, por supuesto, se olvidaron de que también Juan Pablo II criticó duramente el capitalismo. El Papa Francisco no ha dicho nada nuevo, sólo nos ha recordado algo que también pertenece a la esencia del cristianismo, que Cristo vivió pobre y estuvo al lado de los pobres, de las causas perdidas.
Ahora bien, reconozco que, según pensaba en el post de hoy y escribía estas líneas, me venía un pensamiento a la cabeza. ¡Qué fácil es decir todo esto mientras estoy cómodamente sentado en mi casa! ¡Qué fácil resulta reclamar justicia y atención a los pobres, cuando tengo de todo! Sí, ya sé que eso no quita para que se pueda denunciar una injusticia y exigir un reparto justo de las riquezas. Sin embargo, tengo que reconocer que, esas páginas de la Evangelii gaudium sobre la dimensión social de la evangelización, fueron una fuerte llamada de atención a mi conciencia.
Se habla tanto de la sociedad del bienestar, que nos creamos necesidades con una facilidad asombrosa. Tenemos más de lo que realmente necesitamos, en todos los aspectos. Pensamos satisfacer nuestro deseos de felicidad con cosas. Cuando las tenemos, la ilusión dura un instante, a veces es como un cohete de feria, muy bonito, pero luego la ilusión se desvanece.
Hablamos del bienestar, pero apenas del bien común, de solidaridad, de agradecimiento, de magnanimidad, etc., etc. ¿Qué hacer entonces? ¿Es posible vivir la pobreza en una sociedad como la nuestra? El Papa Francisco, en el mensaje a la Jornada Mundial de la Juventud de este año, da unos consejos:
Primero, la sobriedad evangélica. No dejarse llevar por la sociedad de consumo. Es decir, ser libres respecto a las cosas.
Segundo, preocuparnos por los pobres, por aquellos que no tienen lo necesario para vivir, tanto material como espiritual. Acercarse a los pobres, mirarles a los ojos, escucharlos.
Y tercero, aprender de la sabiduría de los pobres.
Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, eligió un camino de pobreza, de humillación. Como dice San Pablo en la Carta a los Filipenses: ‘Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres’ (2,5-7). Jesús es Dios que se despoja de su gloria. Aquí vemos la elección de la pobreza por parte de Dios: siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9). Es el misterio que contemplamos en el belén, viendo al Hijo de Dios en un pesebre, y después en una cruz, donde la humillación llega hasta el final[1].
[1] Francisco, Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud 2014.