Difícilmente, si Cristo fuera un personaje del pasado, podría tocar mi vida en el hoy; sería imposible, si Cristo fuera la proyección de un ideal ético, de moral y de justicia, que comunicase algo de forma real a mi vida; sólo si Cristo hoy está vivo, sólo si Cristo es una Persona y no un fantasma del pasado o la proyección de un ideal, puede tener un contacto real, objetivo, conmigo hoy. 
 
 
Por su Resurrección y Glorificación, Cristo está vivo, Cristo está actuando hoy, interviniendo hoy, salvando hoy... Es real y posible el acceso a Él porque Él se está dando. Para ello, entregó el Espíritu Santo que continuaría la obra de Cristo, volvería a pasar por nuestros corazones sus Palabras (re-cordar) y tomando de lo de Cristo, nos lo daría ahora, ya que hay una perfecta continuidad entre Cristo y el Espíritu y no una ruptura o un orden económico nuevo. Algunos hoy todavía siguen hablando del Espíritu Santo como si rompiera barreras y fuera más allá de Cristo, actuando por libre... y cualquier impulso o capricho piensan ya que es el del Espíritu Santo...
 
El Espíritu Santo realiza en nosotros una obra peculiar: nos une a los misterios de Cristo, nos asimila a los misterios de Cristo, hace que los misterios de Cristo se reproduzcan en nosotros y cada cual se configure con Belén, Nazaret, Vida oculta, desierto, vida pública, Tabor, Getsemaní, azotes, cruz, Calvario, Resurrección. Esto que fue un punto central de "Jesucristo y sus misterios" en Dom Columba Marmión, lo encontramos en Newman. Dice en efecto:
"No perdamos nunca de vista esta verdad grande y simple que toda la Escritura nos propone. Lo que fue realizado en concreto por Cristo hace mil ochocientos años, se realiza en su tipo y semejanza en cada uno de nosotros hasta el final de los tiempos... El propio Cristo se digna renovar en cada uno de nosotros... todo lo que se cumplió y sufrió en la carne. Está formado en nosotros, nace en nosotros, sufre en nosotros, resucita en nosotros, vive en nosotros..."
 
Esta Presencia de Cristo, tan real, en la existencia del cristiano que vive unido de veras a Él, alcanza un máximo de densidad, por decirlo de alguna manera, en la Eucaristía. ¡Ahí está el Señor! Se da, se entrega, se nos ofrece y con su gracia santificadora, nos comunica de lo suyo y nos eleva a su vida divina:
 
"Antes de partir, Cristo se acordó de nuestra necesidad y concluyó su obra legándonos un modo particular de acercarnos a Él, un santo misterio en el que recibimos (sin saber cómo) la fuerza de su cuerpo celestial, que e sla vida de todos los que creen. Se trata del bendito sacramento de la Eucaristía, en el cual "Cristo se establece claramente como crucificado entre nosotros" a fin de que, tomando parte en el banquete del sacrificio, podamos ser "partícipes de la naturaleza divina"".
 
Sin embargo, Newman nos invita además:
 
"Hemos perdido la percepción sensible y consciente de su Persona; no podemos mirarlo, oírlo, conversar con Él; seguirlo de un lugar a otro; pero gozamos de una visión y de una posesión espirituales, inmateriales, interiores, mentales y reales de Él -una posesión más real y más presente de la que gozaban los apóstoles en sus días carnales-, porque es espiritual, porque es invisible" (PPS VI 10, 121).
 
¿Y qué sería de nosotros sin la Persona de Cristo?
 
¿Qué sería de nosotros sin Cristo?
 
Si hiciéramos esa ficción mental y descubriéramos que todo seguiría igual, sólo con una religiosidad vaga, difusa, entonces es que no hemos conocido a Cristo o éste representa más bien poco. Pero quien ha conocido a Cristo, ¡¡no puede vivir sin Él!!