Hoy en día los bebés parecen un problema. Hay miedo a tener hijos y hasta parecen una desgracia en lugar de un regalo.
Carina es una mamá de la parroquia. Tenía un hijo de ocho años, pero no quería –ni su pareja con la que convivía- tener más hijos. Cuando empezó a venir a la parroquia por la catequesis de primera comunión de su hijo, le animamos a casarse y a abrirse a la vida. Pero a ella le parecía una locura: Que si no tengo fuerzas, que si mi pareja no quiere, que si es un lío, que si la economía, …, etc.
Al cabo de un año, se decidió a venir a las “Vacaciones familiares”. Son unos días de agosto, donde compartimos con las familias la diversión, el descanso y la formación cristiana. Había un buen grupillo de niños con sus padres y madres. Un alboroto infantil invadía todo. Aquellos días, en una casita de los salesianos en Mataelpino, disfrutábamos con la piscina, el deporte, los concursos de cocina, los festivales, etc. Entre las actividades teníamos oración, misa, rosario y testimonios. Ella se fijaba, asombrada, en las familias con varios hijos.
Al terminar los cinco días, se me acercó y me dijo: “Padre, he sacado una cosa en claro, quiero casarme y tener más hijos.” “Vaya –exclamé yo-, por fin te convences.” Ella sonriendo y encogiendo los hombros concluyó: “Claro, una cosa son las charlas y otra muy distinta, ver la alegría que se respira aquí. No me lo quiero perder.” A la vuelta del verano ella convenció a su pareja de casarse. Pusieron fecha de boda y después de unos meses, se quedó embarazada. Hicimos una preciosa boda con bautizo.
Aquello me enseñó que el mejor argumento a favor de la vida, es la alegría de las familias con niños. Lo que forma a las personas, no son tanto las clases y los argumentos, sino el ambiente, la cordialidad, la alegría contagiosa.