Se está dando un alboroto innecesario, cuyas consecuencias pueden acrecentar la confusión en la que viven muchos católicos. Si se ha detectado que el matrimonio anterior nunca existió como tal, lo mejor es buscar la nulidad. Quien verdaderamente quiera recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, sabrá poner los medios más adecuados para conocer el parecer canónico de la Iglesia. Suponiendo sin conceder, que se permitiera el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar por el simple hecho de haber contraído nuevas nupcias ante la autoridad civil, habría un abuso generalizado, pues bastaría con firmar un papel. Si ya hay un procedimiento establecido para resolver la irregularidad, ¿qué caso tiene entrar en cuestiones que no van a resolver el fondo? El problema no es doctrinal, sino procesal. Evítese la burocracia y la falta de humanidad en el proceso y con eso se habrá zanjado parte de la situación. La misericordia y la justicia nunca han sido contrarias. Con esto, no estamos diciendo que el Papa vaya a cambiar la doctrina. Simple y sencillamente, se trata de una aportación que facilite el diálogo.
Permitir que los divorciados vueltos a casar comulguen, apelando a que cada quien sabe si hizo bien o mal en separarse, equivale a decir que todo se vale. Daría la impresión de que el matrimonio ya no es necesariamente para toda la vida. Nos estamos jugando la credibilidad de uno de los siete sacramentos. Mientras que con el proceso de nulidad, se consigue -sin tocar la doctrina- que alguien pueda rehacer su vida, previa audiencia, estudio, análisis y dictamen de la autoridad competente. Dicha propuesta canónica brinda un acompañamiento personal que ayuda a que los involucrados clarifiquen hasta dónde fue acertada la decisión que tomaron. Sabiendo que la Iglesia es madre y maestra, ¿qué mejor que contar con una instancia especializada para conocer de cerca lo que pasó y, desde ahí, brindar una respuesta adecuada, evangélica?
Jesús era -y sigue siendo- cercano, compasivo, misericordioso y firme. Es decir, sabía llamar las cosas por su nombre. “Abaratar” los sacramentos, traerá consecuencias a largo plazo. Teniendo en cuenta el déficit de calidad de los cursos prematrimoniales así como la falta de madurez de muchas parejas, la clave sería ampliar las causas de nulidad y buscar que el proceso canónico sea expedito. El objetivo es respetar la doctrina y, al mismo tiempo, responder a la particularidad de cada caso. La única manera de conseguirlo es mediante lo dispuesto por el Código de Derecho Canónico que -dicho sea de paso- para eso está.
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