Una gracia habremos de pedir: que el impulso del Espíritu Santo aliente a la Iglesia y que la presencia del Resucitado rompa el temor, la comodidad y la rutina. Entonces, y sólo entonces, con esa vida eclesial vigorosa, llena de Unción, la nueva evangelización será posible.

 

Y es que lo que nos jugamos no es poco: ¡la fidelidad al mandato de Cristo!

 

 

Es tiempo de nueva evangelización y de apóstoles que, evangelizados hasta las fibras más íntimas de su alma, evangelicen a tiempo y a destiempo, todos en la misma dirección para no provocar rupturas si se camina cada uno en una dirección distinta.

 

Por eso leemos los textos del Magisterio sobre la nueva evangelización, con la carga provocadora que tienen.