La resurrección del Señor, su Misterio pascual, acarrea multitud de consecuencias. No se limita a su cuerpo carnal, a su realidad humana únicamente, sino que desencadena todo un proceso nuevo, una transformación absoluta de todas las cosas.
 
Cristo mismo, el Señor resucitado, es la plenitud de la nueva creación. Cuanto fue creado por medio de Él, halla ahora su fin, su felicidad, su más alto desarrollo, en el Señor glorificado. Lo que se comenzó antes de los tiempos, la creación, empieza en el Señor resucitado a llegar a su plenitud absoluta y definitiva.
 
La creación, y el hombre con su devenir histórico, reciban su verdad y su liberación en Cristo, el Señor resucitado. La repercusión de la Pascua alcanza a todo.
 
"El proceso histórico en el que estamos comprometidos culminará con un acontecimiento salvador que afectará a la totalidad de lo real; a la humanidad, pero también al mundo humanizado. En ese punto-omega de la historia, Cristo el Señor vendrá a consumar lo que se había iniciado en el punto-alfa al que se refiere el primer artículo del credo ("Creo en Dios..., creador del cielo y de la tierra"). Será entonces cuando la realidad creada cobre su cabal estatura; cuando Cristo, en la majestad de su gloria, lleve el reino de Dios a su plenitud con el juicio escatológico, la resurrección de los muertos y los cielos y tierra neuvos, de modo que toda la creación conozca su pascua, su paso de la forma de existencia transitoria a la forma de existencia definitiva" (RUIZ DE LA PEÑA, J.L., La pascua de la creación. Escatología, BAC Sapientia fidei 16, Madrid 1998, 2ª ed., p. 123).
 
El concepto Pascua se puede hacer extensible a la creación misma que verá su paso salvador de la finitud y caducidad a la novedad y plenitud. Esta pascua de la creación ya iniciada se completará en la parusía del Señor, en su segunda venida gloriosa al final de los tiempos. Entonces Él será el Señor de todo lo creado.
 
"La parusía, pues, en cuanto último acto de la historia de la salvación, es lisa y llanamente la pascua de la creación, su paso a la configuración ontológica definitiva mediante la anulación del desfase aún vigente entre Cristo y su obra creadora; desfase no codificable en categorías cuantitativas (distancia en el espacio o en el tiempo), sino en la categoría cualitativa (ontológica) del modo de ser. La humanidad, el mundo, no son aún lo que llegarán a ser, según la promesa incluida en la resurrección de Cristo; precisamente por eso aguardamos la parusía. Dicho brevemente: ésta, más que ser una venida de Cristo al mundo, es una ida del mundo y los hombres a la forma de existencia gloriosa de Cristo resucitado. Recordábamos antes el texto de Col 3,4: "cuando aparezca Cristo, vida vuestra, también vosotros apareceréis gloriosos con él"; la parusía es descrita aquí como el último estadio de nuestra transformación en Cristo" (id., p. 139).
 
Aguardamos la venida gloriosa del Salvador. Su parusía, su venida, cierra el ciclo de la historia y de lo caduco, de este tiempo, para que el Reino de Dios alcance su plenitud y extensión. Él viene con gloria "para juzgar a vivos y muertos" estableciendo su completo señorío, aniquilada la muerte, y entonces resucitarán los muertos. Su parusía lo transformará todo. Su venida renovará todo.
 
Hay, pues, un destino cristológico de la creación. Su cuerpo mismo, el del Señor resucitado, es la primicia de este destino cristológico de lo creado. Pasa la figura de este mundo para alcanzar la verdad de lo que el mundo sería según el plan de Dios.
 
"El destino cristológico estaba incrustado en la creación desde sus comienzos; ahora se cumple como emergencia de las pulsiones inyectadas en el interior de lo real por la pascua de su Señor, y no por la vía extrinsecista de un decreto administrativo, que acordase clausurar el gran teatro del mundo con una especie de fastuoso fin de fiesta. Insistamos en una idea capital: Cristo es el éschaton [= futuro], no tiene éschaton. El mundo y nosotros somos los que tenemos éschaton, no él. En rigor, ya no tiene futuro propio; nosotros somos su único futuro aún pendiente. La parusía no es el éschaton de Cristo, sino el nuestro; ni le aporta nada que no tuviese ya por su pascua, a no ser su completarse en nosotros (en nuestra pascua) en cuanto glorificados con y por él" (id., p. 139).