“La celebración de la Pascua se continúa durante el tiempo pascual. Los cincuenta días que van del domingo de Resurrección al domingo de Pentecostés se celebran con alegría, como un solo día festivo, más aún, como “un gran domingo”.

    Los domingos de este tiempo han de ser considerados y llamados “domingos de Pascua” y tienen precedencia sobre cualquier fiesta del Señor y cualquier solemnidad. Las solemnidades que coincidan con estos domingos han de anticiparse al sábado precedente. Las celebraciones en honor de la Santísima Virgen o de los santos que caen entre semana no pueden ser trasladadas a estos domingos".
 
(Carta Cong. Culto divino,
Preparación y celebración de las fiestas pascuales, n. 100).

Tal vez la fuerza e intensidad puestas en la vivencia de la Cuaresma se convierten en relajación y bajo nivel espiritual en la Cincuentena. No obstante, ésta es el gran tiempo, la Fiesta de las Fiestas, la celebración prolongada de la Resurrección de Cristo, su Glorificación y su Plenitud en Pentecostés.
 
 
La liturgia ha de ser esmeradísima: canto del Aleluya diariamente, el exorno floral del presbiterio durante las 7 semanas, la homilía diaria, los mejores ornamentos litúrgicos... y el cirio pascual alumbrando hasta las II Vísperas de Pentecostés, encendido en las Misas -también las Misas feriales, las de días laborables- y en Laudes y Vísperas. Se enciende y se consume en honor del Señor resucitado.
 
Los textos litúrgicos -oraciones colecta, los prefacios, las preces de Laudes- ofrecen un material preciosísimo tanto para la predicación como para la meditación personal.
 
Es el tiempo santo: en él los sacramentos comunican la Vida glorificada de Jesucristo; es tiempo del Bautismo, del sacramento de la Confirmación, de la primera participación en la Eucaristía mediante la comunión, de ungir comunitariamente a los enfermos que por avanzada edad sufren las molestias de la vejez o de los enfermos graves que se puedan desplazar a la iglesia... (no simplemente a los que hayan cumplido 65 años, indiscriminadamente a todos, sin discernir su estado real de salud).
 
No perdamos la intensidad y la alegría de la Pascua. 
 
La liturgia y la espiritualidad deben ser cuidadas al extremo en este tiempo único.
 
No es necesario añadir elementos de tipo devocional para llenar el alma; la liturgia misma de los cincuenta días tiene fuerza y alimento sobrados para todos los fieles. 
 
Tampoco, ni litúrgica ni pastoralmente, se nos puede perder la Pascua por las Misas de las primeras comuniones, celebradas a veces como meras y simpáticas fiestas infantiles del mes de mayo, sino que si se celebran ahora las primeras comuniones es por razón de la Pascua, el tiempo sacramental. No son un paréntesis en la santa Pascua, ni se pueden convertir en un momento de disgregación en la parroquia o comunidad.
 
La Pascua, con sus cincuenta días de gloria, debe poseer el esplendor litúrgico y espiritual que corresponde al Señor Glorificado.