Es uno de esos personajes -cada vez menos, eso sí, con estos planes de deseducación patrios que se suceden los unos a los otros- que casi todos los españoles podemos recitar de corrido con sus dos apellidos… Pues sí, Cervantes y Saavedra… ¿pero quiere eso decir que la madre del ínclito Don Miguel se apellidaba Saavedra?
Muchas son las cosas que habría que explicar para empezar. Las reglas sobre los apellidos en el momento en que Cervantes vive, son relativamente modernas... y para colmo, poco observadas y muy malamente. El primero que regula en España sobre el tema es el Cardenal Cisneros, quien en tiempos tan antiguos como 1498, impone ya en su diócesis de Toledo la obligación de llevar un registro de bautismos y matrimonios que sólo se ampliará a la totalidad del orbe cristiano con el Concilio de Trento, que lo hace el 11 de noviembre de 1563, en su sesión XXIV. Lo que permite afirmar que se adelanta Cisneros a Trento en nada menos que sesenta y cinco años. Y eso que todavía hay precedentes incluso anteriores en España sobre el tema, como lo es, por ejemplo, el Sínodo de Burgos de 1443, convocado por su obispo D. Alfonso de Cartagena.
A más a más, será también Cisneros quien en 1501 ordene que las personas se identifiquen con el apellido del padre, aunque la implantación de la medida no será automática, sino que bien al contrario, llevará muchísimo tiempo. Para ilustrar una vez más el adelanto de España en este tema como en tantos otros sobre los demás países europeos, téngase en cuenta que en un país tan supuestamente “avanzado”, según nos parece a los españoles, como Dinamarca, los apellidos no aparecerán… ¡¡¡hasta el s. XIX!!!
Ahora bien, hablamos del apellido del padre, siempre del padre, porque la regla de usar el apellido paterno primero y el materno después, aparecerá todavía más tarde, mucho más tarde. Parece que la primera referencia al tema dataría de 1796, en el Reglamento Regulador del Montepío Militar en España y las Indias, que establece que para solicitar una pensión, la viuda de un militar debía aportar en el expediente correspondiente dos apellidos, el paterno por delante, y el materno detrás, sin usar el del marido. Algo en lo que España vuelve a ser pionera frente al resto de los países del mundo, y a los efectos, no está de más recordar que en los ámbitos anglosajones, germánicos y francófonos, todavía hoy, al casarse, pierde la mujer sus apellidos natales para pasar a adoptar los del marido. ¿A que no me sabe Vd. decir quién es Margaret Roberts, Christine Lallouette o Demi Gene Guynes? Búsquelos en la red y ya verá la sorpresa que se lleva. Mujeres muy liberadas las tres.
De donde no cabe sino inferir que si Cervantes usa dos apellidos, eso no significa que el segundo sea el de su madre. Y efectivamente, tal es el caso, dado que la madre de Don Miguel no se llamaba Leonor Saavedra, no, sino Leonor Cortinas. Con la regla de los dos apellidos estaríamos hablando de Don Miguel de Cervantes Cortinas.
Vamos aún más lejos: es que aunque en su caso concreto sí lo fuera, ni siquiera el primer apellido del más grande escritor español de la Historia tenía por qué ser el de su padre. Ahí tenemos el caso paradigmático de otro escritor contemporáneo de él, Tirso de Molina, en realidad un pseudónimo de Gabriel Téllez, hijo, sin embargo, de Gabriel López. Aquí, curiosamente, el apellido que el escritor usa es el de la madre, Juana Téllez. O aunque anterior en el tiempo, el de Antonio de Nebrija, que firma siempre como Antonius Nebrissensis a pesar de apellidarse su padre Martínez de Cala.
Y entonces, ¿de dónde este Saavedra? La historia es muy bonita. El apellido Saavedra existe, y es un apellido gallego muy noble, que proviene del latín “salam vetera”, “solar viejo”, lo que ya está dando pistas sobre la nobleza del linaje. Un linaje que, sin embargo, ni en modo alguno, corre por las venas de Don Miguel.
El caso es que, como sostienen muchos cervantistas, Cervantes pudo añadir a su nombre de pila una especie de apelativo o pseudónimo, en todo caso en clave criptológica, que no sería otro que el que recibiría en Argel, donde le llamarían “Shaibedraa”, con el significado de “brazo defectuoso”, es decir, manco en definitiva, el mismo apodo que ya recibía en español cuando le llamaban “el Manco de Lepanto”, por haber perdido la movilidad del brazo en la “más grande ocasión que los siglos hayan visto”, como llamaba Don Miguel a la batalla de Lepanto. Un Shaibedraa que Don Miguel españolizaría con el más que conveniente Saavedra, de tan ilustre trayectoria.
¡Ah, por cierto, y para terminar! Cervantes con “b”, porque Cervantes, cuyas fimas autógrafas nos han llegado por decenas, tal vez algún centenar, siempre firmó con “b”, “Cerbantes”, dicen los más vipéridos que para evitar enojosas bromitas relacionadas con la fabulosa cornamenta en uve que siempre adorna la testa del rey de los cornúpetas, que no es otro que el ciervo, ciervo con uve claro.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©Luis Antequera
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