¿Dónde están los pensadores creyentes?

                Hace poco hablaba yo con un  profesor de filosofía, y le hice precisamente esta pregunta: ¿Dónde están los filósofos creyentes, los intelectuales, los pensadores? Con honrosas excepciones, no se les oye con frecuencia, no es fácil encontrar buenos artículos que defiendan las verdades trascendentales. Los otros parece que chillan más, que están cada día en la palestra de la enseñanza o de la opinión sembrando el campo de cizaña, como dice Jesucristo en el Evangelio. Hay que reconocer  que los que militan en la increencia son más audaces, ejercitan mejor el derecho a opinar.

                Hay crisis de pensadores sensatos que salgan a las periferias, a la intemperie, a ofrecer la  Verdad en lenguaje inteligible y bello, asequible al ciudadano medio, que tampoco está acostumbrado a pensar. Es de agradecer que buenos intelectuales nos regalen, de vez en cuando, excelentes “perlas” literarias o filosóficas,  capaces de saciar un poco nuestra sed de buenas ideas.

                Quiero citar aquí a Alfonso López Quintas, Catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense. Entre mis libros rescaté del silencio una de sus obras. Se titula “Cuatro Filósofos en busca de Dios”. No es ni mucho menos su única obra publicada, pero sí es una joya editada hace años por Rialp, en la que nos ofrece el profesor el pensamientos de cuatro grandes pensadores  creyentes del siglo XX: Unamuno, Edith Stein, Guardini y García Morente.  No es posible hacer un mínimo comentario sobre ellos en un artículo de estas dimensiones. Por lo que me propongo ir sacando a la luz retazos de esta riqueza intelectual, de mano de López Quintas, en sucesivos trabajos.

                Dice el profesor que se afirma con cierta frecuencia que creer en un Ser Supremo  y vivir conforme a la fe es, definitivamente, una cosa del pasado. Muchos lo dan por supuesto sin más comentarios. Y el problema muchas veces está en no poner en marcha los recursos de la mente para pensar un poco más, ir más allá, profundizar más en serio. Puede que dé un poco de pereza, o falte estímulo ante el desinterés de un mundo apático e inhibido.   Algunos piensan que es más rentable, como afirma L. Quintás, quedarte instalado en una medianía, sin complicaciones, ir tirando y viviendo de las rentas aprendidas en su momento. ¿Quién se atreve hoy a enfrentarse a un público hostil que llena muchas aulas de nuestros centros de enseñanza? ¿Quién es el valiente que en un debate televisivo se decida defender a Dios, o cualquiera de las verdades acogidas en las páginas del catecismo más elemental? Nos da vergüenza, nos acomplejamos, hasta el punto que el que se lanza al ruedo llama la atención, se convierte en noticia, y se lleva todos los palos.

                Es hora de perder el  miedo. Tenemos la Verdad, y la Verdad nos hace libres. ¿Cuándo nos quitaremos el sambenito de una mentalidad cavernicola? Precisamente la felicidad y la alegría son las compañeras inseparables de la fe tomada en serio. Alude Quintás a aquella afirmación de Augusto Comte que, hace doscientos años, dijo que la religiosidad pertenece a un estado primitivo de la vida humana.   Algunos piensan como el filósofo francés, y consideran que la religión ha sido sustituida por la ciencia. La ciencia se convertiría en la nueva Religión del hombre posmoderno.  Y recuerda que en París Comte erigió un pequeño templo dedicado a esta nueva Religión. Quería hacerle la competencia a Notre-Dame. Con el paso del tiempo aquel pequeño templo, aquella ridícula catedral de la ciencia, ha quedado en ruinas, mientras Notre-Dame sigue en pie acogiendo a todo aquel que quiera rezar al Dios verdadero.

                La mayor parte de aquellos que critican y desprecian la fe, no saben realmente lo que es creer, lo que implica la confianza que se pone en Dios.  Despreciar la fe y la Religión sin más argumentos  que los tópicos de siempre,  es sencillamente una gran falta de altura intelectual, de ignorancia histórica, de analfabetismo cultural. Es posible que muchos caigan en ese estado de indiferencia religiosa fundamentalmente porque no gozan del don de la fe.  La fe es un regalo de Dios, pero hay que estar abiertos a esa oferta que se nos hace a diario, y a pedir sinceramente ver más allá.

                Se trata de ahondar sin pereza, no quedarnos en la superficie, taladrar la realidad buscando ese tesoro escondido que nos puede hacer ricos. Ya comparó Jesucristo el Reino de los Cielos con un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra vende lo que tiene y compra el campo, porque le interesa el tesoro.  L. Quintás sugiere un reto a todos los intelectuales creyentes: Debemos conjurarnos para ser profundos.

                Lo dejamos aquí. En próximos artículos seguiremos adentrarnos en este apasionante bosque del pensamiento, en donde los árboles pueden crecer mucho porque antes echaron  raíces profundas.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com