Terminada la Plegaria eucarística, y cantado el solemne “Amén” a la doxología (“Por Cristo, con él y en él…”), comienzan una serie de ritos distintos para disponernos a recibir la comunión sacramental. Lo que se ha ofrecido sacramentalmente, lo que se ha consagrado, va a ser participado en Comida y Bebida espiritual, Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación.
Estos ritos son: el Padrenuestro y su embolismo (“Líbranos, Señor, de todos los males…”), el signo de la paz, la Fracción del Pan consagrado, la invitación a la comunión con las palabras del evangelio (“Éste es el Cordero de Dios…”) y la respuesta tomada de las palabras del centurión (“Señor, no soy digno… 1]).
Es tan importante la Comunión sacramental, y a ella tiende la celebración eucarística, que todos debemos percibir ese momento como una recepción espiritual del mismo Cristo. Así dirá la Ordenación general del Misal romano: “Puesto que la celebración eucarística es el banquete pascual, conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente dispuestos. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, con los que los fieles son conducidos inmediatamente a la Comunión” (IGMR 80).
Sabiendo esta visión global de los ritos de comunión, vamos a detenernos en unos pequeños instantes generalmente desaprovechados y después en el modo de acercarse al altar a comulgar.
a) El sacerdote reza en silencio
Una vez que se ha terminado la Fracción del Pan, y se ha depositado un pequeño trozo en el cáliz (se llama la “conmixtio”), el sacerdote reza en silencio para disponerse a comulgar.
"El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio.
Después el sacerdote muestra a los fieles el Pan Eucarístico sobre la patena o sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; además, juntamente con los fieles, pronuncia un acto de humildad, usando las palabras evangélicas prescritas" (IGMR 84).
Sería bueno subrayar que también en la celebración de la Misa hay espacios para orar personalmente, y no sólo con una voz común. El sacerdote mismo ha de orar, saber recoger su espíritu y entrar en el Misterio, sin precipitaciones. Ya a lo largo de la celebración, ha tenido distintas oraciones privadas (o “secretas”), que le deben ir ayudando a vivir santamente el Misterio que ofrece: reza en silencio antes de leer el Evangelio, profundamente inclinado ante el altar[2]; reza al mezclar el agua en el cáliz; reza de nuevo profundamente inclinado después de haber dispuesto el altar con la patena y el cáliz; etc.
Ahora antes de comulgar él mismo y de distribuir la sagrada comunión, debe el sacerdote ser consciente de la grandeza del Sacramento y disponerse de manera interior. Ha de rezar, ha de orar. Dice una de las dos oraciones previstas en el Misal:
“A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto una de las dos oraciones siguientes:
Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti.
O bien:
Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre, no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable” (Misal romano, Ordinario, n. 145).
Terminada la oración, el sacerdote hace genuflexión, culminando así su preparación personal. La oración, una de las dos que ofrece el Misal, debe rezarse lo suficientemente despacio para saber lo que se dice, con unción, con devoción, sin que sea una fórmula mecánica.
¿Y los demás? ¿Los demás ministros del altar, los fieles todos? ¿Qué hacen mientras? Pues igualmente oran en silencio. “El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio” (IGMR 84). Por tanto, ha terminado el canto del Cordero de Dios, el sacerdote ora en silencio y luego hace genuflexión y, mientras tanto, los fieles también rezan en sus corazones disponiéndose a la Comunión.
No es un tiempo muerto para los fieles y los ministros, ni pasa nada excepcional, ni el sacerdote se ha perdido o despistado. Oran en silencio, todos, comenzando por el sacerdote, para prepararse a la Comunión.
b) Caminando al altar
Momento terrible, en muchas ocasiones, son las carreras de los fieles más aventajados para comulgar los primeros, de manera impaciente, cuando el mismo sacerdote aún está comulgando. Es tanto más llamativo en las Misas feriales cuando no hay canto; si hay canto, normalmente los fieles esperan a que haya empezado el canto y el sacerdote baje al pie del altar, pero lo malo es el desorden, que altera desde luego toda devoción, en las Misas feriales sin canto.
Veamos la secuencia ritual.
* El sacerdote comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo y luego bebe el cáliz con la Sangre. Su modo mismo de realizarlo deberá indicar respeto y amor, y no banalidad o descuido.
“El sacerdote dice en secreto: El cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y come reverentemente el Cuerpo de Cristo. Después, toma el cáliz, dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna, y bebe reverentemente la Sangre de Cristo” (IGMR 158).
“El sacerdote dice en secreto:
El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.
Después toma el cáliz y dice en secreto:
La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo” (Misal romano, Ordinario, n. 147).
El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.
Después toma el cáliz y dice en secreto:
La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo” (Misal romano, Ordinario, n. 147).
* Si hay canto de Comunión, se inicia cuando el sacerdote está comulgando; pero si no hay canto, se puede leer la antífona de comunión.
“Mientras el sacerdote sume el Sacramento, se comienza el canto de Comunión” (IGMR 159).
“Por otra parte, cuando no hay canto, se puede decir la antífona propuesta en el Misal. La pueden decir los fieles, o sólo algunos de ellos, o un lector, o en último caso el mismo sacerdote, después de haber comulgado, antes de distribuir la Comunión a los fieles” (IGMR 86)[3].
* Entonces el sacerdote se acerca a los fieles que van a comulgar, y los fieles se acercan procesionalmente, es decir, con cierto orden, caminando (y cantando) al altar.
“Mientras el sacerdote toma el Sacramento, se inicia el canto de Comunión, que debe expresar, por la unión de las voces, la unión espiritual de quienes comulgan, manifestar el gozo del corazón y esclarecer mejor la índole “comunitaria” de la procesión para recibir la Eucaristía” (IGMR 86).
“Después el sacerdote toma la patena o el copón y se acerca a quienes van a comulgar, los cuales de ordinario, se acercan procesionalmente” (IGMR 160).
Así es conveniente una cierta tranquilidad en los fieles, que eviten carreras al altar para ser los primeros en comulgar mientras el sacerdote aún está devotamente comulgando, sino que todo transcurra con orden y decoro para vivir mejor el Misterio de la Eucaristía. Se trata de ir "procesionalmente" al altar, acercándose de manera ordenada y orante.
Resulta una distracción, que rompe incluso el clima espiritual, que mientras el sacerdote aún está bebiendo del Cáliz, haya fieles en disposición de salida (¿esperan un disparo al aire para una maratón?) que de pronto empiezan a aligerar el paso por el pasillo central, adelantando a otros fieles incluso, mientras el sacerdote con suma paciencia está leyendo la antífona de comunión, que nadie escucha.
¿Hambre eucarística o más bien impaciencia para ser los primeros? Desde luego es necesario un mayor orden y recogimiento para la procesión de los fieles al altar.
[1] Y como es repetir las palabras del centurión, tal cual las pronunció en el evangelio, siempre se dirá “no soy digno”, incluso pronunciado por mujeres; así como los varones dirán siempre al rezar el Ángelus “aquí está la esclava del Señor” y no la adaptarán diciendo “aquí está el esclavo del Señor”.
[2] “Profundamente inclinado” es profundamente inclinado, no una mera inclinación de cabeza. Las rúbricas lo dejan claro aunque la práctica y lo que solemos ver, no lo parezcan: “Después, con las manos juntas, y profundamente inclinado ante el altar, dice en secreto: Purifica mi corazón” (IGMR 132); “Habiendo dejado el cáliz sobre el altar, el sacerdote profundamente inclinado, dice en secreto” (IGMR 143)…
[3] Estamos citando según la 3ª edición de la IGMR, por tanto, la que está vigente desde 2002. En ésta se señala que la antífona de comunión “puede” ser leída, y no lo prescribe; sí se presentaba como obligatorio en la 2ª edición de la IGMR, donde se decía: “Si no hay canto, la antífona propuesta por el Misal es rezada por los fieles, o por algunos de ellos, o por un lector, o, en último término, la recitará el mismo sacerdote” (n. 56i).