Un fruto precioso del Concilio Vaticano II es la Constitución Dogmática "Dei Verbum" sobre la divina Revelación que, sin ser tan amplia como Lumen Gentium o la Gaudium et spes, ofrece una doctrina hermosa.
Hemos de partir del concepto de Revelación; abarca e integra dos dimensiones: la del conocimiento y la del amor, es decir, la Revelación es el conocimiento sobrenatural por el cual Dios nos a da conocer las verdades que nuestro intelecto, por sí solo, no podría llegar a alcanzar y que no anula, sino que eleva la razón humana, y el amor, porque la Revelación no solamente son ideas, sino Comunicación amorosa, Dios dándose.
"Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre" (CAT 50).
No solamente Dios habla, sino que quiere entablar una amistad con el hombre para agraciarlo; no solamente comunica cosas, se da a Sí mismo. Son dos componentes inseparables de la Revelación. La inteligencia del hombre se ve implicada por el conocimiento sobrenatural que proviene de Dios, pero además del plano noético, del conocimiento, se ve implicada la persona entera que ha de responder al amor divino que se le comunica:
"Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas" (CAT 52).
Dios se da a conocer y actúa en la historia de los hombres para salvarlos, atrayéndolos a Él; el hombre, por su parte, junto al obsequio de su razón, al asentimiento racional y a la fe, le une el amor ante tanto Amor. La vida del hombre es la visión de Dios, dirá san Ireno; la vida del hombre se cifra en esa comunión con Dios, personal y única.
Recordemos, aplicándolo a este caso particular, el consejo ignaciano: "no el mucho saber satisface el ánima, sino el sentir y gustar las cosas internamente"; no basta saber mucho, sino gustar y sentir con el corazón, internamente, toda la Revelación, incluido el amor salvador de Dios.
Esta es la perspectiva que ofrece la Constitución Dei Verbum:
"Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía" (DV 2).
¿Qué ofrece la Constitución Dei Verbum? ¿Cuáles serían sus puntos relevantes?
Aquí se entrecruzan distintas realidades:
-Dios y el hombre-La razón y la fe-El conocimiento sobrenatural y el natural-El conocimiento y el amor-El asentimiento libre, la obediencia y la comunión con Dios.
Estas realidades de la Dei Verbum nos las explica el papa Pablo VI en una catequesis, facilitándonos así una visión de conjunto de esta Constitución dogmática, digna de ser estudiada y comprendida.
"Aprovechamos la ocasión de las dos próximas fiestas: la del “Corpus Domini” y la del Sagrado Corazón de Jesús, para invitaros a reflexionar sobre un aspecto fundamental de la revelación cristiana, es decir, de la comprensión que nosotros podemos tener de cuanto nos ha sido manifestado por Cristo sobre las cosas divinas. Hablemos con la sencillez y brevedad acostumbrada, pero tocando un tema de extrema importancia.
La revelación nos habla del plan salvífico de Dios
La revelación de las verdades religiosas sobrenaturales (y de otras verdades naturales relacionadas con aquéllas) se ha realizado de una forma determinada, bien diferente de la presentación de un texto de doctrinas teológicas ya claras y formuladas. Ella ha sido progresiva, resultante de palabras y de hechos, orientados a invitar a los hombres a conocer a Dios, alguna cosa de Dios, para unirlos a Sí y de este modo preocuparse por su salvación (cf. Dei Verbum, n. 2). Es decir, la revelación es una apertura sobre realidades misteriosas. Entre otras muchas, citemos la frase de San Pablo: “A mí me fue dado… iluminar para todos cuál es el plan providencial (en griego: economía; en latín, dispensación) del misterio (del misterio, del Sacramento) escondido desde siglos en Dios” (Ef 3,9). Es esta exhibición, esta presentación, mientras se mantiene abierta, segura, clarísima, no es obligatoria, no es comparable a una demostración científica, sino que se ofrece de forma que pueda respetar la libertad del hombre al que ha sido presentada la revelación; no impenetrable, no equívoca, sino todavía velada. Velada por la naturaleza inefable y trascendente, propia del pensamiento divino; está velada también incluso por el modo con el que dicho pensamiento nos es presentado. El mismo Jesús lo hará notar a propósito de sus enseñanzas, presentadas en forma de parábolas (cf. Mc 4,11; cf. Pascal, Pensées, 194). La verdad, la realidad divina nos ha sido manifestada por medio de señales. A este respecto tendríamos que decir muchísimas cosas.
La revelación se acepta por fe
Pero, por ahora, nos basta una: para aprovecharse de la revelación es necesario algún acto también por parte del hombre. Para ver es necesario abrir los ojos. Para recibir la revelación es necesario creer. Creer, bajo este aspecto, quiere decir no sólo aceptar pasiva y perezosamente, sino descubrir, es decir, buscar y penetrar en el significado de la palabra de Dios, en el modo, en el velo, que la presenta y la contiene y al mismo tiempo la sustrae a la curiosidad de nuestro conocimiento espontáneo y natural.
El amor de Dios centro de la historia de la salvación
¡Otro capítulo inmenso de la vida religiosa! Detengámonos en una página de este capítulo que podemos considerar como un resumen de estas cuestiones religiosas vitales. La página es ésta: ¿cuál es el descubrimiento que el hombre fiel consigue hacer buscando el sentido total y profundo de la revelación divina? El descubrimiento es el amor. Dios se ha revelado principalmente en Amor. Toda la historia de la salvación es Amor. Todo el Evangelio. Y a este respecto podríamos citar innumerables palabras de la Sagrada Escritura. Una del Antiguo Testamento aflora a nuestros labios: “Desde lejos el Señor se ha dado a ver a mí: con un amor eterno. Yo te he amado y por ello te he atraído a mí lleno de compasión” (Jr 31,3). Toda la epopeya de la religión es Amor, es misericordia, es efusión de la caridad de Dios hacia nosotros. Y la historia de Cristo está compendiada en la célebre síntesis de San Pablo: “Vivo en la fe que tengo en el Hijo de Dios, el Cual me ha amado y se ha entregado a Sí mismo por mí” (Gal 2,20). ¡Es necesario comprender! A los espíritus observadores les recomendamos otra página maravillosa del Apóstol: “Que podáis comprender con todos los santos cómo es lo ancho y lo largo, lo alto y lo profundo (nosotros hoy diríamos las dimensiones, ¡y aquí son cuatro!), y entender este amor de Cristo que supera toda ciencia, a fin de que seáis colmados por la plenitud de Dios” (Ef 3,17-19).
Detengámonos aquí…Es lo que, por esta causa, nos afecta, nos conmueve, nos perturba. Si uno llega a comprender que ha sido amado, amado hasta un grado supremo e inimaginable, hasta la muerte, silenciosa, gratuita y sufrida hasta una consumación total (cf. Jn 19,30) por quien ni siquiera conocíamos, y conocido lo habíamos negado y ofendido, si uno, decimos, comprende que es objeto de un tal amor, de un amor tan grande, no puede, en modo alguno permanecer tranquilo. Lo decía también el Dante: “Amor que a ningún amado consiente no amar” (Inf., 5,103); lo dice el himno litúrgico: “¿Quién no amará a quien así nos ama?”… Jesús nos ha amado, dice el Concilio, incluso “con corazón de hombre” (GS 22). ¡Y cómo! He aquí el tema de hoy de nuestro diálogo. Hijos carísimos, ¿Sabéis estas cosas? ¿Pensáis en ellas? ¿Cómo tratáis de responder a ellas?"
(Pablo VI, Audiencia general, 2-junio-1969).