ESTÉSE QUIETO, HAGA EL FAVOR
Una de las pestes de los tiempos modernos es el turismo. Masas de gente aborregada que invaden lugares más o menos bonitos y los llenan de desperdicios y de miradas muy parecidas a las de los rumiantes cuando rumian. Grupos que transitan de un lugar a otro del planeta para terminar comiendo y bebiendo en los mismos sitios que tienen a dos manzanas de su domicilio habitual. Seres humanos que pagan un buen dinero por zambullirse en mares que nada tienen que envidiar a los que bañan nuestras costas. Personas a los que encierran en campos de concentración de lujo hortera, a 10.000 kilómetros de distancia, para hacer las mismas cosas que podrían hacer a la vuelta de la esquina.
La mayor parte de los problemas de esta humanidad desquiciada tienen su raíz en el hecho de que el hombre no sabe quedarse tranquilamente en su casa. ¿Usted se ha fijado en el árbol que tiene en su calle? Admírelo. Pasarán mil años y no habrá sido capaz de apreciar todos los matices de ese árbol: es distinto según las estaciones del año; es otro árbol si llueve o nieva o luce el sol; su color cambia, cada mañana, cada tarde, cada noche; suben o bajan hormigas por el tronco y, algunas veces, hay excrementos de perro en la tierra junto a las raíces y, otras, no. Luego están las hojas, distintas todas ellas, el universo entero contenido en una sola hoja. ¿No me cree? Coja una de esas hojas y contémplela… Es una maravilla. Tómese el tiempo necesario. Vuelva a mirar la hoja. Ni siquiera el mejor diseñador de coches de competición del mundo –suelen ser italianos- puede lograr una forma semejante. Al cabo de unos días la hoja amarilleará en sus manos y, como el excremento de los perros al pie del árbol, le hablará del fracaso de la vida. Es lo que toca. Lo que pasa es lo que toca. Y una hoja separada del árbol muere antes que las hojas que permanecen en él. Voy a hacer una comparación poética para que usted me entienda mejor: el árbol es su vida presente, su momento presente, su ahora; si usted se va del ahora, morirá: estará en el pasado o en el futuro, en los dos casos, ya se lo he dicho, habitará mundos que no existen más que en su imaginación. ¿Recuerda a Don Quijote? Es una novela muy divertida que nos habla precisamente de esto.
Entonces, si una simple hoja, es inabarcable, imagine el parque que tiene al lado de casa, con unos cuantos árboles y unas cuantas flores. La naturaleza es un exceso de belleza que no sabemos apreciar porque nos movemos demasiado. No se mueva, hombre. Hay tanto que admirar. ¿Se ha fijado usted bien en el cálido amarillo de una tortilla de patatas? ¿En el rojo cambiante de un buen vino? –los vinos malos también son rojos si son tintos, y, en general, los de ahora son mejores que los que bebían los reyes en el siglo XVIII-. Vamos muy deprisa y damos por supuestas muchas cosas. Esa tortilla de patatas hay mucha gente en el planeta que no puede disfrutarla y usted la tiene en casa o en el bar de la esquina. ¿Cuántas veces ha desaprovechado usted la ocasión de disfrutar de la tortilla de patatas porque estaba pensando, mientras la comía sin prestar atención, en el hijo de su madre del árbitro, en el pesado de la oficina o en la aseguradora que le ha subido la cuota? Por no hablar de los remordimientos que ha tenido después recordando la dieta que no es capaz de hacer o los índices de colesterol que le han dicho que debe mantener a raya.
OLVÍDESE DE SU SALUD Y VIVIRÁ MEJOR
Otro engaño de esta sociedad es que nos hace creer que viviremos eternamente. No. Se lo repito: no. Viva usted 120 años. Tal vez 800, como los patriarcas bíblicos. ¿Y qué? ¿Sabe usted la de cientos de miles de millones de años que este universo anda por ahí soltando bolas de fuego que dan vueltas alrededor de otras bolas de fuego que van y que vienen? El cosmos entero, si pudiera ser visto a cámara rapidísima, sería como un castillo de fuegos artificiales. Uno de esos puntitos brillantes que han durado unos segundos es el planeta Tierra. Pues eso es todo.
¿Y quiere usted venderme un seguro de vida? Permita que me ría, señor vendedor, y que le invite a una cerveza.
Disfrute de una buena cerveza en la taberna y contemple el árbol de la calle a través del ventanal. Sonría. Y cuando le hablen de fracaso, dígales que, en este preciso instante, millones de masas galácticas han fracasado como planetas o como estrellas, han implosionado o han sido engullidas por un misterioso agujero negro, del que no escapa ni la fuerza gravitatoria, ni nada de nada. ¿Fracaso? Invite a otra cerveza al que le hable de fracaso.