Hoy he leído que una encuesta dice que el 25% de los británicos piensan que Superman aparece en la Biblia. Pues no es ninguna tontería, para muchos de nosotros los santos son supermanes disfrazados de personas. 
 

Hay un texto que lleva años en la red y que nos habla que necesitamos santos en vaqueros, zapatillas de deporte, que beban Coca-cola, que bailen, que paseen, etc. Este texto se le ha atribuido a diversidad de personas, siendo el Papa Francisco el último autor apócrifo al que se quiere colgar. 

Desde mi humilde opinión y entendimiento, no necesitamos santos que hagan todas esas cosas, ya que presupone que el santo es otro. Lo vestimos de normalidad porque nos gustaría que se pareciese algo nosotros. El texto dice, implícitamente que nosotros no podemos ser santos. Lo que realmente necesitamos no son santos en zapatillas ni bebiendo Coca Cola, sino que cada uno de nosotros queramos ser santos y roguemos a Dios diariamente para que nos ayude a serlo. Si vamos en jeans o no, es insustancial, frente a la santidad. 

Dice San Pablo: “La voluntad de Dios es tu santificación” (1 Tes 4,3). ¿Y cuál es nuestra voluntad? ¿Queremos ser santos? A la mayoría nos entra miedo con tan sólo pensarlo. 

Preparando una charla sobre la santidad, he encontrado una frase que me ha encantado: el santo tiene el don de vivir “la alegría de hacer la Voluntad de Dios” y el camino para encontrar esa alegría son las bienaventuranzas. 

Decía nuestro Papa Emérito, Benedicto XVI: “El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad, que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo" 

¿Hasta qué punto estamos dispuestos a renunciar a todo? ¿Cómo? ¿A "todo", "todo"? ¿Qué es ese “todo” que tanto nos asusta? ¿Dios quiere que rechacemos lo que Él mismo nos ha donado? : Libertad, carisma, vocación, compromisos, amor, familia, etc. Más bien no. Ese “todo” son las murallas que nosotros mismos hemos creado y nos impiden abrir el corazón a Cristo. Nuestro egoísmo, comodidad, pereza, soberbia, prepotencia,… Cristo nos pide la negación de nosotros mismos. 

La Bondad, Belleza y Verdad son reflejo de Dios mismo. Si las anteponemos a nuestros gustos, deseos, ideologías, tendencias, nos encontraremos con lo que somos realmente. Si reunimos en nosotros Bondad, Belleza y Verdad, nos encontramos con Cristo llamando a nuestra puerta. Dios que es Amor y Unidad. Amar de verdad es trascendernos a nosotros mismos, para andar hacia Dios.

Seamos prácticos. Si perdemos el miedo a ser santos, la pregunta que surge es: ¿Qué hay que hacer para ser santo?

El primer paso es comprender qué es ser santo. Nadie puede querer lo que desconoce. Después hay que desear ser santo. Creemos que es imposible o creemos que hay que “sufrir demasiado” y preferimos una “vida tranquila y sin complicaciones”... Habría que preguntarse ¿a qué llamamos vida tranquila y sin complicaciones? ¿A qué nos lleva una vida apática que queda en lo aparente, egoísta o insustancial? ¿No es todo esto la fuente de mucho del sufrimiento, desesperanza, aburrimiento y vacío de nuestra sociedad? ¿Queremos tener la alegría interior de quien es bienaventurado? Pues el camino es la santidad. 

Una vez entendemos qué es la santidad y queramos emprender el camino, tendremos que intentar ser santos en el día a día, mediante la práctica de las virtudes, oración y vida sacramental. Decir que si se quiere ser santo es fácil, querer serlo no tiene que ser tremendamente complicado, pero ponerlo en práctica con constancia y determinación es otra cosa. 

Santa Teresa de Jesús nos dice que hay que tener una "determinada determinación": una decisión seria y constante de querer ser santos. Dios no actúa en nosotros contra nuestra voluntad. No obliga a nadie a ser santo si no lo quiere realmente. Si quieres ser santo, se debe comenzar por ser un buen cristiano, sin quedarnos en la actitud de cumplimiento indiferente o en el cumplimiento aparente y soberbio.

Recordemos la parábola del Publicano y el Fariseo, en donde el Fariseo se llenaba de su capacidad de cumplimento. Recordemos también el episodio del Joven Rico. Joven que cumplía todo lo que era “no hagas”, pero no era capaz de poner su voluntad y confianza en Cristo. En ambos casos, las bienaventuranzas eran una frontera imposible de saltar. No miremos a estos dos personajes como si a nosotros no nos sucediera lo mismo.  Necesitamos que Dios nos transforme. Por nosotros mismos no podemos. 

Decía Benedicto XVI en el Ángelus del 1-11-2010 que la santidad consiste en dejarse imprimir a Cristo en uno mismo. “El beato Antonio Rosmini escribe: El Verbo se había impreso a sí mismo en las almas de sus discípulos con su aspecto sensible... y con sus palabras... había dado a los suyos esa gracia…

Digamos lo que digamos, muchos tememos ser santos, porque tenemos en nuestra retina las estatuas de mármol, que no necesitan poner voluntad en lo que son, o los superhéroes, a los que no les cuesta esfuerzo hacer lo que hacen. Como no somos ni estatuas de mármol ni superhéroes, simplemente, pensamos que la santidad es para otros. Si el Señor nos pide ser santos, nos entra el miedo y decidimos que es una orden que es mejor ignorar o justificar nuestra incapacidad. Para ello, lo mejor es quedarnos en sus simplificaciones: “soy buena gente”, “yo no hago mal a nadie”, “Yo no robo ni mato a nadie”. Cómo vencer el miedo, confiando en el Señor. Decía San Agustín: “Si quieres, pues, evadirte de la ley que amenaza, huye al Espíritu que ayuda. Lo que la ley manda, la fe lo espera” (Sermón 163,11) Ignorar el mandato de Cristo y la Voluntad de Dios no puede llevarnos a vivir llenos de felicidad. Más bien todo lo contrario.