Cuando el pasado 7 de septiembre el Papa Francisco convocó a todos los católicos a rezar por la paz en Siria y cuando, muy poco después, a raíz de una improvisación del vicepresidente norteamericano Kerry se logró frenar la guerra que ya estaba totalmente planificada, le comenté a varios amigos que no tardarían mucho en pasarle al Papa la factura. No se estropea un negocio tan suculento como el de una guerra mundial sin que el responsable pague las consecuencias.
Naturalmente que hay que saber esperar a que llegue el momento oportuno. Siempre se ha dicho que la venganza es un plato que se sirve frío. Y ese momento ha llegado cuatro meses después. La ONU ha publicado una resolución condenatoria contra el Vaticano diciendo que no ha hecho nada para proteger a los niños de los abusos del clero. El Vaticano ha respondido que es falso porque ha hecho todo lo que cabía hacerse sobre el tema (entre otras cosas, secularizar a más de 500 sacerdotes y a 85 obispos, todo por la decidida actuación de Benedicto XVI). Pero en realidad no estamos hablando de abusos de niños, sino de otra cosa. Lo de los abusos es la excusa para pasarle a la Iglesia la factura por no haber sido suficientemente dócil a lo que de ella reclaman los que mandan en este mundo.
Con la llegada del Papa Francisco, esos señores tan poderosos pensaron que habían logrado eliminar al irreductible defensor de los tres principios innegociables y que con el argentino iba a ser todo más sencillo. Hay que recordar que casi de inmediato le visitó el secretario general de la ONU y, sobre todo, que los medios de comunicación mundial empezaron a cortejarle de una forma descarada. Las portadas de revistas dedicadas al Pontífice se sucedían por doquiera, desde Time, que dio la señal, hasta la última, de hace unos días, "Rolling Stone". La cosa me pareció tan descarada que me recordaba a una de las tentaciones de Cristo en el desierto, cuando el demonio me mostró al Señor los reinos del mundo y le dijo que todo eso se lo daría si le adoraba; es sabido que Cristo le contestó que sólo a Dios se le puede y debe adorar. Desde ese momento, la sentencia de muerte de Jesús estuvo dictada, lo mismo que ha estado dictado el cambio de actitud ante la Iglesia del Papa Francisco, porque no hay que engañarse, una condena de la ONU al Vaticano no es sólo una fuerte patada donde duele a la institución eclesiástica, sino también al que la dirige. Por eso el Vaticano ha reaccionado con rapidez y no menor dureza, acusando a la ONU de querer inmiscuirse en sus asuntos internos.
El idilio se ha roto. Se terminó el noviazgo, que ha durado casi un año. No sé si Obama intentará, cuando vaya a ver al Papa dentro de unos días, reconducir al Pontífice a la senda de lo "políticamente correcto", o si simplemente le leerá la cartilla y le advertirá de lo que le espera si sigue siendo un "verso suelto", que no se pliega al nuevo orden mundial, como no se doblegaron sus predecesores. Repito, no sé si lo intentará, pero lo que sí sé es que no lo conseguirá, al margen de las sonrisas que ambos -el Papa y Obama- pongan ante los fotógrafos. Cuando Francisco decidió ponerse ante los tanques para parar la guerra de Siria cruzó su "rubicón", ya no hay marcha atrás. Ahora estamos como estábamos hace un año: cada uno en su sitio, ellos propagando la "cultura de la muerte" y nosotros pidiéndole a Dios la fuerza para poder seguir defendiendo la verdad y la vida. Pero en el fondo es más fácil. Ahora sólo tenemos que defender al Papa de sus enemigos; estos meses hemos tenido que defenderle de aquellos que se hacían pasar por sus amigos.