Kennedy es el texto del reverso del sobre de azúcar que edulcora de filosofía el desayuno nacional de oración de Obama, un presidente que pretende pasar a la posteridad sin viaje a Dallas de por medio. Va por el camino correcto, desde luego, porque desprende simpatía natural, luce esbelto con vaqueros y actualiza como nadie los mensajes de su admirado John. Presume de oratoria porque puede, aunque a veces corta y pega. Sirva como ejemplo su último discurso, en el que pide a los estadounidenses que no se pregunten si Dios está con ellos, sino si ellos están con Dios, calco espiritual de no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino que puedes hacer tú por tu país. Que no fue el amor, sino Vietnam.
La frase de Obama, con todo, es admirable. Y sólo se puede expresar en un país enhebrado al cielo, y a la democracia, desde su acta fundacional. En España, ya estaría la progresía pidiéndole que se centrara más en el paro y menos en la teología sin tener en cuenta que preocuparse por la teología es ocuparse del bienestar del hombre. Y en China ya estarían los ideólogos de la revolución cultural preparándole un destino como jornalero si tener en cuenta que es un oficio que entronca con el árbol genealógico del presidente. Nadie mejor que negro sabe lo que es un campo de algodón.