Y siguen los de la O.N.U de mi pueblo reuniéndose a tomar café en la cafetería habitual y siguen arreglando el mundo a su manera. Aunque lo que acaban de arreglar son los problemas de su salud. Y hablan de los líos que tiene el alcalde con algún concejal, y de lo que pasa a nivel internacional y de las noticias que han visto en televisión y de lo que dicen que dicen.
Y dice José: ayer por la tarde, al salir mi nieto del colegio, me dijo, oiga abuelo, a ver si me aclara esto. El maestro nos estuvo hablando de eso del aborto y, entre otras cosas, nos dijo que el aborto se llama también “interrupción del embarazo” y que esto suena mejor que el aborto porque el aborto significa matar. Yo le expliqué que prácticamente lo mismo es una cosa que otra. Y le dije que lo mismo es ahogar a alguien que interrumpirle la respiración apretándole la garganta. En fin, ¿qué os parece?
Responde Juan: Sí, es lo mismo. Claro, cuando una mujer quiere abortar, no resulta tan duro para ella decir que va a matar a su hijo que decir que va a interrumpir el embarazo.
Dice Andrés: Propiamente no significa lo mismo.
¿Cómo que no? Responden los otros dos. Es lo mismo, pero se dice lo mismo de distinta manera.
Y Andrés, erre que erre, diciendo que no. Mirad, dice, cuando el pregonero dice “mañana se interrumpirá la luz de cuatro a seis de la tarde” significa que estará el pueblo sin luz desde las cuatro a las seis de la tarde, pero a partir de las seis seguirá habiendo luz de nuevo. Y el aborto no es una interrupción, sino que es la supresión de una vida que ya no puede tener continuidad; es como si se suprimiese para siempre el servicio de la luz.
Añade José: Vaya, Andrés, qué cabecita más buena tienes. Sí, sí. Claro, por eso le han cambiado el nombre; resulta más bonito decir interrupción voluntaria del embarazo que decir matar un ser humano que, además, es la propia madre quien lo quiere.
Pero es que, sigue Andrés, los partidarios del aborto prescinden totalmente del padre. Ninguna referencia; la madre, la madre y la madre; nada de referirse al hijo ni al padre.
Añade Juan: pero es que quien aborta es la madre.
Sí, dice José, pero si tú eres el padre, y el hijo es de los dos, el padre ¿no tiene nada que decir? Supongamos que el niño viene con una enfermedad para toda la vida, ¿por qué ha de ser sólo la mujer a decidir si se le aborta o no? No me parece justo. El hijo es de los dos. Y si, al abortar, la madre tiene una infección y se agrava, ¿quién paga las consecuencias? ¿también el padre, aunque no consentía en el aborto?
Es verdad, añade Andrés; del padre no se dice una palabra. No es el caso, porque ya somos viejos; pero si mi mujer abortase sin decirme a mí nada, la íbamos a tener y gorda. ¿Quién es ella para matar a mi hijo? Que mate al suyo, pero ¿al mío? Yo hasta la denunciaba; le decía al juez: Mi mujer ha matado a mi hijo. A ver qué decía el juez; porque se trata de mi hijo. Ciertamente es hijo de ella; pero también mío.
¿Y si no es hijo tuyo? Dice Juan.
Andrés se excita un poco: Oye, Juan, eso ni en broma.
Dice Juan: Andrés, no te enfades. Todos te conocemos a ti y a tu mujer; ha sido un chiste malo, perdona. Y los otros asienten a lo que dice Juan pero le ponen una multa: que pague una copita de coñac para acompañar el café. Juan acepta y hasta mañana.
José Gea