Mama lo que quiero es que me respeten
Cuando cumplí 13 o 14 años mi madre me decía que a los chicos había que decirles con frecuencia: Niño no toques. Que había que hacerse respetar. No le hice caso, para mí ser consciente de que gustaba era lo que más me atraía. Ver a los chicos discutir por mí. Querer que les hiciese caso, para mí era muy emocionante. Incluso me daba un complejo de superioridad, una autoestima en relación a mis amigas y compañeras que me era muy atractiva.
El deseo por gustar se iba apoderando de mí. Sabía que era guapa y lo aprovechaba. Salía con el que quería, me daba la sensación que era muy valiosa. Perdí la virginidad pronto, pero el complejo de culpa y la sensación de haber dado demasiado, fueron desapareciendo con el tiempo. Yo seguía empeñada en gustar. Era una adicción.
Mi madre, que veía lo de fuera solamente, me decía que era demasiado presumida, que el gustar no lo era todo. Me casé con un chico guapísimo. A los pocos años de casarme una persona del trabajo empezó a tontear conmigo. Yo ya tenía dos niñas. Se me puso de pie otra vez ese deseo de gustar que, posiblemente, estuviera un poco adormecido. Me encantó que con dos hijas y 7 años de casada pudiera gustar a alguien. Le fui infiel a mi marido.
No se enteró. Al menos eso creo yo. Pero a partir de ese momento, las cosas fueron hacia abajo. No había amor. Las relaciones se fueron espaciando. Terminamos separándonos. Yo no quería tener nuevos compromisos, quería ser libre. Quería seguir gustando. Y lo hice. Pero yo me daba cuenta que gustaba cada vez menos. Además, cada vez estaba más sola. Me hice amiga de otras que estaban separadas. Las veía muy solas, a pesar que todas queríamos aparentar lo contrario. Solas y vacías.
Hay una cosa que me obsesiona y es pensar que mi marido era una buena persona y más lleno de valores de lo que yo creía. La que no tenía nada dentro era yo.
Me viene a la cabeza lo que mi madre me decía. No me toques. Gustar está bien, pero hasta cierto punto. Lo importante, hija, es que te quieran. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir. Que te respeten.
Me preguntó con tristeza para qué le ha servido ser guapa. Para ser infeliz, decía. Para tomar malas decisiones.
Esta fue, no con tanto detalle, la conversación que tuve con una mujer de mediana edad que vino a verme porque su hija, con 14 años le había preguntado: Mamá, ¿Cómo hacer para que me respeten?
Me equivoqué yo, pero no quiero que se equivoque mi hija.
Por qué será tan difícil trasmitir la experiencia.
Ojalá me escuche y no haga como yo, concluyó.