Ante este tipo de espectáculos cabe preguntarse ¿Qué le sucede a estas personas? Lo primero sería señalar que los actos están muy bien planeados, por lo que no es un hecho fortuito. ¿Qué sentido tiene manifestarse a favor del aborto o de la desaparición de la familia tradicional? ¿No les resulta evidente que ese camino sólo nos llevará a autodestruirnos como personas y como sociedad? ¿Qué podemos ganar creando leyes que nos destruyan bajo su peso?
Las leyes humanas se escriben sobre piedra y se imponen por su peso. Pero la ley de Dios no es así, tal como indica San Agustín:
Es el Espíritu Santo el que escribe no sobre la piedra sino en el corazón; "la Ley del Espíritu de vida", escrita en el corazón y no sobre la piedra, esta Ley del Espíritu de vida que está en Jesucristo en el que la Pascua ha sido celebrada con toda verdad (1Co 5,7-8), os ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
Escuchad lo que el Señor dijo por boca del profeta: "Grabaré mis leyes en vuestras entrañas, y la escribiré en vuestros corazones" (Jr 31,33). Si la Ley de Dios está escrita en tu corazón, no produce miedo, sino que inunda tu alma de una dulzura secreta. (San Agustín Sermón155, 6)
Por desgracia, las democracias occidentales van derivando en sistemas autoritarios encubiertos. Sistemas donde se confieren derechos a determinados colectivos, mientras las libertades se restringen a los demás. Los cristianos tenemos todavía ciertos derechos y gozamos de algunas libertades, pero siempre estamos en el punto de mira del gobernante que busca homogeneizar la sociedad según el criterio que más le conviene. Esto es tan viejo como el mundo, no es la primera vez que sucede sobre la faz de la tierra.
Las Femen gritan consignas que reclaman que la Iglesia no se meta en sus libertades, olvidando que su libertad choca con la de un ser indefenso e inocente: sus propios hijos no nacidos. Cuando una sociedad reclama el aborto como derecho poco podemos esperar de ella. Este acto antinatural sólo puede ser llevado a cabo en contra de la verdadera voluntad de sus madres, que se ven forzadas a decir el sí por las presiones que reciben. Presiones sociales que se ven reforzadas por el modelo de sociedad en que desean que vivamos.
Pero la ley de Dios es muy diferente. Está grabada en nosotros y no produce miedo ni se impone por la fuerza. Cumplirla conlleva esa dulzura secreta que es tan difícil hacer ver a quien actúa ideológicamente. En nuestros corazones está inscrita la ley de Dios. Por mucho que gritemos consignas en contra de esta ley, la ley no desaparecerá. Quien reclama el derecho a matar a su hijo, no puede ser una persona feliz de verdad.
Es interesante comentar la consigna que gritaban estas personas: “el aborto es sagrado”. La palabra “sagrado” puede entenderse como algo que no se toca ni se puede cambiar, porque sostiene las creencias personales. También puede ser entendida como todo aquello que nos enlaza o une con la divinidad. ¿Qué es aquello que les da sentido y no puede ser tocado? ¿Cuál es la divinidad a la que adoran estas chicas? Un dios que se goza en verlas desnudas y que se deleita viendo morir a los hijos en sus vientres. Creíamos que este tipo de divinidades no podrían anidar en una sociedad moderna, pero nos hemos equivocado. Para estas chicas, el aborto las une a algo que les trasciende, pero de forma horrible e inmisericorde. En occidente creíamos que nuestro nivel cultural nos hacía inmunes a este tipo de cosas, pero por desgracia vemos que no es así.
Antes que enfrentarnos a estas chicas, debemos orar por ellas y por los que las dirigen. Son pobres almas que son utilizadas como ariete publicitario. Seguro que alguna de ellas, tarde o temprano, verá su corazón tocado por Dios y nos relatará sus sufrimientos.