He mantenido un pequeño debate electrónico estos días con una amiga a propósito de una entrada mía en el blog sobre la reforma de la legislación del aborto. Me llama la atención que personas honestas y bien intencionadas, sigan apoyando una legislación que deja al embrión-feto humano al arbitrio de otras personas. Sin duda, como decía Julián Marías, la aceptación social del aborto es una de las señales más preocupantes de la decadencia del mundo occidental. Tras siglos enriqueciendo nuestras fronteras éticas, incluyendo cada vez más a personas que antes se consideraban de segunda o de ninguna categoría, el mundo occidental ha "encayado" su progreso moral en el niño gestante que parece para muchos no tener más derechos que los quiera concederle la madre que lo lleva en su seno. No estoy juzgando a las mujeres que se enfrentan al abismo del aborto, estoy juzgando a la sociedad entera que ve con buenos ojos que se elimine a una criatura por el simple hecho de que supone un malestar para otra u otras personas, por muy grave que éste sea. ¿Cualquier mentalidad progresista no intentaría salvar siempre a la parte más débil? ¿Tan difícil es reconocer que el feto es
un ser humano distinto de su madre, aunque completamente dependiente de ella, tan dependiente como cuando tiene tres meses o tres años de vida?
Acabamos de publicar en la editorial
Digital Reasons, que estoy promoviendo desde hace nos meses, un libro del Prof. Alfonso López Quintás sobre las razones que están detrás de quienes defienden el aborto, de quienes piensan que es un asunto privado, que sólo debe decidir quien es portador de ese nuevo ser humano. Desgraciadamente las víctimas no son sólo los niños elmininados, sino también las madres que han dejado de serlo, como bien afirma el prof. Quintás en su libro, cuya lectura recomiendo vivamente. Se trata, como bien indica en su libro, de un ejemplo paradigmático de uso torticero del lenguaje, de sustituir el debate hondo por una colección de eslóganes banales. Deberíamos sentarnos a hablar de temas en donde nos jugamos el futuro de nuestra civilización: la vida, la educación, la sanidad, el territorio... en lugar de vociferar e ignorar a quien piensa de modo distinto.