San Juan de la Cruz, en la primera cautela, escribía a quien quiere
vencerse a sí mismo y arrancar el amor propio:
-«Que entiendas que no has venido al convento –a la vida de
comunidad: sea religiosa, matrimonial, familiar, laboral…- sino para que todos te labren, te trabajen, te forjen y te ejerciten. Y así, librarte de las imperfecciones y turbaciones que tenemos y que pueden originarse en el trato con el otro, y de esto,
sacar provecho de todo cuanto te suceda.» Y añadía:
-«Conviene que pienses que todos son oficiales, los que están a tu
lado, para ejercitarte como a la verdad lo son. No olvides que unos te han de labrar de palabra, otros de obra, otros de pensamiento contra ti; y que en todo has de estar
sujeto, como la imagen –pieza de alabastro, de madera- está al
que la labra y al que la pinta, y al que la dora.»
-«Si esto no guardas, no sabrás vencerte a ti mismo, ni a tu
sensualidad y sentimiento –tu amor propio-, ni sabrás haberte
bien en el convento –familia, trabajo...- ni alcanzarás la
santa paz, ni te librarás de muchos tropiezos y males.»
Miguel Ángel, el gran escultor y arquitecto del Renacimiento, al ver
un gran bloque de mármol, solía decir:
-«Sólo quito... lo que sobra de cada pieza». Y se convirtieron en La Piedad y el David.