Sentido de pertenencia: En nuestro tiempo, no obstante los esfuerzos del Concilio Vaticano II, seguimos pensando que la Iglesia está formada únicamente por el Papa, los Cardenales y los Obispos. Se nos olvida que todos los bautizados estamos incluidos dentro de ella. Por lo tanto, el que exista una espiritualidad que revalore el sentido y alcance del bautismo, no es poca cosa. Al contrario, constituye una respuesta en medio de tantos desafíos pastorales y, por ende, educativos.
Dejarse ayudar: El relativismo nos ha dejado inmersos en tal confusión que nos cuesta mucho trabajo distinguir entre el bien y el mal. Aunque el cristianismo no es una propuesta moralista o exageradamente normativa, resulta necesario dejarnos acompañar por el magisterio de la Iglesia Católica. Con tantos siglos de historia, podemos decir que se trata de una experta en humanidad. Si bien es cierto que no está libre del pecado de sus miembros, es un hecho que cuenta con la inspiración del Espíritu Santo para ayudarnos a poner en práctica las enseñanzas de Jesús. No podemos ser católicos por la libre, pues eso sería una incongruencia, ya que terminaríamos buscándonos a nosotros mismos. Se trata de algo lógico: así como alguien me enseñó a leer y escribir, también necesito que otro u otra me explique, desde la fe y la razón, quién es Dios, lo que –dicho sea de paso- empieza por la casa y es bueno que se consolide en la escuela.
No tenerle miedo a la verdad: Vivir en la ambigüedad; es decir, desconectado de la claridad que trae consigo el Evangelio, nos impide disfrutar de la felicidad que forma parte del camino de todo creyente. Quedarse con una fe a medidas, por miedo a tener que ir contra corriente nunca será la mejor opción. Antes bien, apostar por la verdad que se ha revelado en Jesús. Ser fieles no significa cerrarse al diálogo o convertirnos en un grupo de acomplejados. Al contrario, implica salir al encuentro del mundo, sabiendo conservar nuestra identidad.
Todos los que terminan abandonando la Iglesia Católica, es porque nunca tuvieron quien les explicara qué es lo que verdaderamente enseña. Por esta razón, vale la pena dar a conocer el evangelio, renovando las formas, mientras se mantiene el fondo. Lejos de inventarnos nuestro propio catálogo de verdades, profundicemos en las palabras de Jesús Sacerdote y Víctima. El momento es ahora.