Algunos de Vds. tal vez ya no se acuerden bien de quién fue Torcuato Fernández Miranda, y otros más jóvenes tal vez no lo hayan sabido nunca: uno de los más relevantes políticos de la Transición Española, en la que más bien le tocó maniobrar desde la sombra que a la luz, todo lo cual no fue óbice para que llegara a ser Presidente interino del Gobierno español entre los días 20 y 31 de diciembre de 1973 que sucedieron al macabro asesinato del Almirante Carrero Blanco, y Presidente de las Cortes entre el 6 de diciembre de 1975 y el 15 de junio de 1977.
 
            Pues bien, al bueno de D. Torcuato cabe entre otros grandes logros intelectuales el de abrir introducido en el discurso español, político e incluso a-político, casi diría que en el propio diccionario, la expresión de “trampa saducea”, aplicable a aquella pregunta que hace quedar al interpelado en una situación embarazosa tanto si la responde afirmativamente, como si lo hace negativamente.
 
            En ABC de aquellas fechas -¡qué buena es la hemeroteca en la red de ABC, una verdadera fuente histórica del s. XX español!-, concretamente del 14 de noviembre de 1976, encuentro la explicación que el mismo Fernández Miranda daba a la expresión que se sacó de la manga:
 
            “Las trampas farisaicas son las mismas argucias que usaron también los saduceos contra Jesucristo. Que tanto si dices sí como si dices no, caes en la trampa […] Yo no quise decir “trampa farisaica” porque no se sintiese personalmente insultado como hipócrita ningún procurador. Como los saduceos son más desconocidos, la llamé “saducea”. Pero es lo mismo”.
 
            Y no faltaba razón al político español cuando decía lo que decía, porque la imbricación del Evangelio en el ser antropológico español y en consecuencia en una de sus más importantes manifestaciones cual es su lengua universal, el español, es, por mucho que le duela al progresismo patrio, tan profunda, que la palabra “fariseo” ha devenido sinónimo indisoluble de “hipócrita”, aun cuando en origen nada tengan que ver una cosa y la otra, por lo que no le faltaba razón cuando afirmaba que era muy recomendable sustituir el gentilicio por otro menos significado, de modo que nadie se sintiera insultado.
 
            Todo lo cual no obsta para que “la trampa saducea” distinta de las farisaicas esté efectivamente recogida en el Evangelio, y sea una muy concreta y no cualquier otra, una y sólo una, por cierto. Es ésta que le pusieron precisamente los saduceos a Jesús cuando en los días previos a que el pobre profeta nazareno colgara descoyuntado en un madero con forma de cruz intentaban pillarle para desacreditarle. Aunque la recogen tanto Lucas como Mateo, nos quedamos aquí con el relato de aquél, mucho más vívido y divertido:
 
            Se acercaron algunos de los saduceos, los que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si a uno se le muere un hermano casado y sin hijos, debe tomar a la mujer para dar descendencia a su hermano. [Interesante institución judía a la que hemos de dedicar una entradita en esta columna algún día. De momento, amigo lector, confórmese Vd. con creerse que es así y seguimos avanzando]. Pues bien, eran siete hermanos. El primero tomó mujer y murió sin hijos; la tomó el segundo, luego el tercero; y murieron los siete, sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete.» Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección” (Lc. 20, 27-36, similar a Mt. 22, 23-30).
 
 
            ©L.A.
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