Sí señor, patrono de escritores y periodistas, es decir, de todos cuantos con mejor o peor fortuna, no hacemos otra cosa que juntar letras para que, una vez convertidas en palabras, despierten en el espíritu ideas, vivencias y emociones.
Francisco Buenaventura nace en Thorens, ciudad sita en el Ducado de Saboya, en Francia hoy día, el 21 de agosto de 1567. El mayor de seis hermanos, es su padre Francisco de Sales de Boisy, y su madre, la piadosa Francisca de Sionnaz, verdadera responsable de la inclinación religiosa de Francisco, pertenecientes los dos a la más recia aristocracia saboyana.
Tras pasar por los colegios de estudios superiores de La Roche y Annecy, Francisco estudia retórica, humanidades y teología en el colegio jesuíta de Clermont en París, y leyes en Padua, doctorándose con 25 años de edad.
De carácter amable, piadoso y caritativo, algo inclinado a la ira, Francisco es un joven de lo más prometedor. Su padre le ha arreglado un interesante matrimonio y él se halla a punto de ser elegido para ingresar en el senado de Saboya. Pero tras haber hecho voto de castidad ante la imagen de Nuestra Señora en San Esteban de las Rocas, declara su intención de abrazar la vida eclesiástica, lo que, como era de esperar, le enfrenta a su progenitor. Con 26 años de edad, en 1594, Francisco recibe finalmente las órdenes sagradas.
Destinado en Annecy, sede de la Diócesis de Ginebra, Francisco se entrega a la evangelización de la región del Chablais, recién restituída al Ducado de Saboya y en la que ha calado profundamente la reforma protestante. La empresa, en la que llega a poner en peligro su propia vida, se ve coronada con un gran éxito. Es durante esa época que, en una frenética actividad literaria que podemos calificar como de verdaderamente “periodística”, publica para la misión una serie de pasquines diarios que son lo más parecido entonces a un noticiero. A los efectos, téngase en cuenta que el que se considera el primer periódico del mundo, “La Gazette” del Dr. Théophraste Renaudot, sólo va a aparecer el 30 de mayo de 1631, es decir, casi cuatro décadas después.
Elegido coadjutor del obispo de Ginebra, su gran amigo y mentor Claudio De Granier, es enviado a Roma. De ahí pasa a París, donde entra en el círculo real, entablando gran amistad con el Cardenal de Bérulle, Antoine Deshayes, y con el mismísimo Rey Enrique IV, como se sabe, el primer Borbón, convertido del protestantismo al catolicismo, el célebre autor de la frase “París bien vale una misa”.
Muerto el obispo Claudio de Granier, Francisco, treinta y cinco años de edad a la sazón, es consagrado su sucesor. Inicia la reforma de las comunidades religiosas, y continúa su fecunda labor literaria, que le vale un lugar entre los forjadores de la bella lengua francesa. Junto con Santa Juana Francisca de Chantal funda en 1607 el Instituto de la Visitación de la Santísima Virgen.
De vuelta en París, cultiva la amistad de San Vicente de Paúl. Aunque recibe interesantes ofertas como la rica abadía de Santa Genoveva y la coadjutoría del episcopado de París, rehúsa ambos para regresar a Annecy.
En esas está cuando en 1622 es elegido para acompañar a la corte saboyana en su viaje a Francia, con tan mala fortuna que a su paso por Lyon, el día 27 de diciembre le sobreviene una apoplejía, de la que muere sólo un día después. Apenas tiene 55 años de edad.
Su cuerpo será enterrado en el Convento de la Visitación de Annecy, aunque su corazón se queda en Lyon a modo de reliquia, ciudad de la que en tiempos de la Revolución Francesa es llevado por las monjas de la Visitación a Venecia, donde hoy es venerado.
San Francisco de Sales deja, como ya se ha dicho, una vasta e importante obra escrita. Para empezar, los folletos que repartía para la misión entre los habitantes del Chablais y de los que ya hemos hablado. Y junto a ellos, su “Defensa del Estandarte de la Cruz”; su “Introducción a la Vida Devota”, con la que entra en una de las grandes cuestiones de su época, la del “libre albedrío” frente a la “fe sin obras” luterana, que es, a la vez, una obra maestra de psicología y moral; su “Tratado del Amor de Dios” en doce libros; sus “Conferencias Espirituales”, sobre las virtudes religiosas, dirigidas a las monjas de la Visitación y por ellas compiladas; sus “Sermones”, tanto los que él mismo escribe como los que le compilan quienes los oyeron; sus “Cartas”, en su mayor parte escritas para la dirección espiritual; y un gran número de tratados y opúsculos. En 1892 el benedictino inglés Dom Mackey realiza una maravillosa edición de su obra.
Transcurridos cuarenta años de su muerte, Francisco es beatificado, y sólo cuatro años después, en 1665, Alejandro VII lo canoniza. En 1877, Pío IX, quien lo denomina “maestro y restaurador de la elocuencia sagrada”, lo proclama doctor de la Iglesia como “Doctor Amable”. Y el 26 de enero de 1923, Pío XI, mediante la Encíclica “Rerum Omniun”, lo nombra santo patrón de escritores y periodistas:
“Dado que los herejes simulaban no escuchar sus predicaciones, Francisco de Sales decidió refutarles los errores a través de hojas sueltas, redactadas entre dos predicaciones y distribuidas como circulares a ser copiadas que, pasando de mano en mano, acababan apareciendo entre los hermanos separados”.
El ejemplo de Francisco inspirará durante el s. XIX muchas fundaciones que aunque no creadas por él, llevan su nombre. Así los Misioneros de San Francisco de Sales de Annecy, fundados en 1838 por el Padre Pierre-Marie Mermier; los Oblatos de San Francisco de Sales de Troyes, fundados por el Padre Louis Brisson en 1873; y por encima de todos, los Salesianos, fundados en Turín en 1859 por San Juan Bosco, especialmente dedicados a la educación de los más pobres.
©L.A.
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