Monseñor Ezzati, arzobispo de Santiago de Chile y próximo cardenal de la Iglesia católica, en unas declaraciones concedidas a un diario local, ha planteado una cuestión de fondo a la que, de otra manera, también ha hecho referencia el presidente de la Conferencia episcopal polaca. Me refiero a la proclamación del mensaje evangélico en aquellos temas que son "políticamente incorrectos", según el modo de pensar del progresismo que nos tiene sometidos a nivel mundial a la "dictadura del relativismo".
Mientras que el obispo polaco ha lamentado que se esté utilizando el extraordinario fervor popular que despierta el Papa contra los obispos y la misma Iglesia, contraponiéndoles a ellos y diciendo que el episcopado -al menos el de ese país- está yendo en contra del Papa al oponerse, por ejemplo, a la aprobación del matrimonio gay, el arzobispo de Santiago ha afrontado el mismo problema desde otro ángulo.
Lo primero que ha hecho ha sido insistir en que el Papa no ha cambiado la doctrina -abundan cada vez más, sobre todo en internet, los mensajes de que Francisco ha incurrido en herejía- y que es absolutamente fiel a la doctrina católica. A continuación, hizo suyas las famosas palabras del propio Pontífice cuando regresaba a Roma desde la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, en las que dijo que él no quería condenar a las personas homosexuales. Pero esto, en realidad, no es otra cosa más que la doctrina tradicional de la Iglesia, que responde al pie de la letra a lo que hizo Jesús con aquella mujer atrapada en flagrante adulterio. "Yo no te condeno", le dijo el Maestro. A continuación, sin embargo, éste añadió: "Vete y no peques más". Es decir, yo no te condeno a ti, pero sí condeno lo que has hecho, porque lo que has hecho está mal. Y desde entonces éste ha sido el principio que ha regido el comportamiento de la Iglesia en su relación con el mal: se condena el pecado pero no al pecador, al cual se le intenta salvar. Dicho de otro modo, no se da la tolerancia que piden los relativistas hacia el pecado, pero sí la misericordia que ofrece Jesucristo hacia el pecador arrepentido. Tolerancia no, misericordia sí.
Por eso, con delicadeza e inteligencia, pero también con la suficiente claridad, el arzobispo de Santiago ha dejado claro que la Iglesia seguirá proclamando la verdad , en su país y por extensión en el resto del mundo, porque esa verdad -dice monseñor Ezzati-, la necesita Chile. Sin esa verdad, que está formada en parte por la ley moral natural y en parte por la revelada por Cristo, ni Chile ni ningún otro país será auténticamente libre, próspero, justo y pacífico. No condenemos a las personas, como hizo Jesucristo y como nos vuelve a enseñar el Papa, pero sí al pecado, porque es ese pecado -cometido ciertamente por las personas- el que hace daño a otros hermanos que también tienen derechos y es ese pecado el que vino a suprimir Cristo, el "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".