Todas las voces –algunas de ellas, muy conocidas- que acusan al prefecto de rígido, cerrado o anticuado, olvidan que la claridad doctrinal es necesaria para evitar la confusión generalizada de los fieles. De hecho, las mayores crisis de fe que se han vivido tienen que ver con la ambigüedad propia del relativismo. Las Iglesias locales que se encuentran en peor estado, tuvieron en algún punto del camino a un obispo que -a diferencia de Mons. Müller- prefirió quedarse con la verdad a medias, en lugar de asumir una línea contra corriente, capaz de presentar la esencia del evangelio de una manera firme y atractiva. Y es que mantenerse fieles a la verdad, no es incompatible con el diálogo. Al contrario, lo incluye y consolida. De ahí la importancia de escuchar al prefecto, quien públicamente ha dado la cara por la fe que llevó a muchos hombres y mujeres a dar su vida, lo que, dicho sea de paso, no es poca cosa. De hecho, cuando un obispo, religioso, religiosa, sacerdote o laico diluye los puntos fuertes del cristianismo, termina por pisotear la memoria de los mártires. Suena fuerte, pero es verdad.
Antes de concluir, reflexionemos sobre los divorciados vueltos a casar. En un artículo escrito por Mons. Müller, que fue publicado el 23 de octubre de 2013, en el Osservatore Romano, bajo el título “Testimonio a favor de la fuerza de la gracia”, expuso la necesidad de construir una pastoral más abierta y acogedora ante tantas parejas que se encuentran en una situación especial, al tiempo que argumentó el sentido de la medida disciplinaria, señalando que “otra tendencia a favor de la admisión de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos es la que invoca el argumento de la misericordia. Puesto que Jesús mismo se solidarizó con las personas que sufren, dándoles su amor misericordioso, la misericordia sería por lo tanto un signo especial del auténtico seguimiento de Cristo. Esto es cierto, sin embargo, no es suficiente como argumento teológico-sacramental, puesto que todo el orden sacramental es obra de la misericordia divina y no puede ser revocado invocando el mismo principio que lo sostiene. Además, mediante una invocación objetivamente falsa de la misericordia divina se corre el peligro de banalizar la imagen de Dios, según la cual Dios no podría más que perdonar. Al misterio de Dios pertenece el hecho de que junto a la misericordia están también la santidad y la justicia. Si se esconden estos atributos de Dios y no se toma en serio la realidad del pecado, tampoco se puede hacer plausible a los hombres su misericordia. Jesús recibió a la mujer adúltera con gran compasión, pero también le dijo: “vete y desde ahora no peques más” (Jn 8,11). La misericordia de Dios no es una dispensa de los mandamientos de Dios y de las disposiciones de la Iglesia. Mejor dicho, ella concede la fuerza de la gracia para su cumplimiento, para levantarse después de una caída y para llevar una vida de perfección de acuerdo a la imagen del Padre celestial”. No se necesita ser teólogo para comprender la lógica de la exposición del prefecto. Lejos de presentar una perspectiva rígida o inhumana, evita que la compasión sea instrumentalizada por algún tipo de interés.
El papel del custodio de la fe, nunca ha sido –ni será- fácil, pues la verdad incomoda por ser todo menos sinónimo de indiferencia o mediocridad. La claridad –contraria al populismo- es clave para el presente y futuro de la Iglesia.
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[1] Dado que el Papa no ha emitido un juicio definitivo sobre las apariciones, hemos de entenderlas como presuntas.