Cuando cantaba Tiene que llover Pablo Guerrero hacía lo propio que la profesora que alude a la semillita para enseñar a los escolares que los niños no vienen de París, pues les deja la duda de si vienen de la flora. Cuando cantaba Guerrero, el público enterado sabía que el estribillo pluvial aludía al fin del franquismo, pero estoy seguro de que mi madre, por ejemplo, lo relacionaba más con las isobaras que con la libertad. Jarcha lo entendió mucho mejor al dotar a su la letra de la propiedad del agua clara. 

El Papa, al que se le entiende todo, habla también en un colorido idioma transparente. Pero el laicismo considera que sus discursos son un modelo de sobrentendidos, con el doble sentido agazapado detrás de cada frase. Según el laicismo, la periferia es el Pozo del Tío Raimundo, así que, cuando Francisco habla de salir a ella, el laicista entiende que pide a los curas que se tomen unos chatos con Llamazares mientras urden en comandita la estrategia para destruir la Iglesia. Y si dice que él no es quién para juzgar a los homosexuales, el laicismo ya le ve encima de un tractor durante el día del orgullo.