El artículo publicado el pasado miércoles en First Things por George Weigel, titulado "Lo que los Papas pueden y no pueden hacer", me ha parecido muy atinado y creo que toca un punto clave. El artículo en cuestión es una reacción a un artículo en el Wall Street Journal en el que se presentan los desafíos que tiene por delante el Papa Francisco desde la típica perspectiva política (democratización de la Iglesia, cambios en la doctrina, etc) a la que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación.
Weigel le recuerda al WSJ qué es un Papa, algo que un no católico es probable que desconozca y que muchos católicos, influidos por el ambiente, parecen haber olvidado. Escribe el escritor estadounidense lo siguiente:
“Aunque es muy difícil para aquellos que ven el catolicismo a través de unas lentes políticas, los Papas no son como los presidentes o los gobernadores de estado, y la doctrina no es como las políticas públicas. Esto significa que un cambio de administración papal no significa (de hecho, no puede significar) un cambio de la doctrina católica. La doctrina, tal y como la entiende la Iglesia, no es una cuestión de opiniones de nadie, sino una comprensión establecida de la verdad de las cosas.
Tampoco son los Papas gobernantes que pueden hacer lo que les de la gana, si se me permite la expresión. Antes de completar la Constitución Dogmática de la Iglesia del Vaticano II, Pablo VI propuso añadir una frase a ese documento seminal que afirmase que el Papa "tiene que rendir cuentas solamente ante Dios". Sospecho que quería proteger la autoridad pontificia y su libertad de acción de potenciales presiones civiles o eclesiásticas. Pero la Comisión Teológica rechazó la propuesta, señalando que "el Romano Pontífice está... atado por la misma Revelación, por la estructura fundamental de la Iglesia, por los sacramentos, por las definiciones de los Concilios previos y por otras obligaciones demasiado numerosas para mencionarlas". Esas otras obligaciones incluían el honrar la verdad de las cosas.
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Los Papas, en otras palabras, no son figuras autoritarias que enseñan lo que quieren y del modo en que ellos desean. El Papa es el guardián de una Tradición, de la que es el siervo y no el amo. El Papa Francisco lo sabe bien, tal y como ha enfatizado repitiendo que es un "hijo de la Iglesia" que cree y enseña lo que Iglesia cree y enseña.
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Así pues la noción de que este pontificado va a cambiar la enseñanza católica acerca de la moralidad de los actos homosexuales o sobre los efectos del divorcio/"nuevo matrimonio" sobre la comunión con la Iglesia, es un engaño, aunque la Iglesia pueda, por supuesto, desarrollar su acercamiento pastoral a los homosexuales y divorciados”.
Creo que, en esta ocasión, Weigel acierta de pleno. Y no puedo evitar el pensar en un paralelismo con el plano político, que quiere reproducir en la figura del Papa lo que se vivió en la cabeza del gobierno civil. Los reyes medievales no lo podían todo y las limitaciones a su voluntad eran varias y poderosas (aunque, claro, no perfectas). Ante ellos se alzaba la Iglesia, las Cortes, los usos y costumbres... Con el absolutismo eso se quiebra y el rey, que pretende recibir su poder directamente de Dios, se va progresivamente liberando de esos límites a su voluntad. Una vez aceptado el principio de que la voluntad del rey es la ley, sin atender a nada más, poco importará que ese poder político que no acepta límite alguno a su voluntad sea encarnado por un hombre o por un gobierno surgido de unas elecciones, el principio es el mismo y, a sabiendas de que doy un salto en el tiempo y simplifico procesos más complejos, nos lleva a Zapatero y su redefinición de la institución del matrimonio porque así lo desea su sacrosanta voluntad.
Algunos desean que el Papa Francisco ejerza el papel de soberano absoluto (curiosamente también muchos ilustrados fueron absolutistas) y cambié lo que desee a su antojo (bueno, siempre que ellos estén de acuerdo, en caso contrario prepárense para las muestras de decepción ante las "expectativas frustradas"). Tiempo habrá para el siguiente paso, el de la "democratización de la Iglesia".
Se engañan. La Iglesia no funciona así, la Iglesia está sostenida por el Espíritu Santo, algo con lo que los reyes que cayeron en la tentación del absolutismo no contaron, y nunca podrá seguir los desarrollos que ha sufrido la comunidad política en Occidente. Gracias a Weigel por recordárnoslo.