Me cansa, me hastía, ya tanta discusión sobre el derecho a matar, que eso es el aborto. ¿En qué manos está la vida del ser humano? ¿En unos políticos a sueldo que parece que unas papeletas depositadas en las urnas un día le dan derecho a decidir sobre el derecho a vivir? El asunto del aborto se ha convertido en un imperativo ideológico. No cabe otra explicación para decidir sobre algo tan evidente como es la vida. La vida es evidente en sus distintas fases. Hay vida cuando empieza a latir un nuevo ser. En la fecundación in vitro nace igualmente la vida cuando se dan las circunstancias favorables  para ello. Y la vida de un ser humano, no de un renacuajo.

            Los señores políticos, legisladores de una nación, se constituyen en personajes omnímodos, que lo abarcan todo, que acaparan todo el poder de decisión, hasta el punto de legitimar sentencias de muerte contra seres inocentes. La historia está bien nutrida de estos personajes. Traigo aquí este testimonio de Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, maltratado.   

Permaneció detenido en la Unidad 9 desde mayo de 1977 hasta los días previos a la final del Mundial de Fútbol del ’78. Fue durante ese lapso cuando se enteró de su nominación para el Premio Nobel de la Paz, hecho que le costó “amenazas de muerte”. “A usted no lo salva ni el Papa, usted no tiene autoridad, nosotros somos los señores de la vida y de la muerte”, le dijo al testigo el segundo Jefe de la Unidad, Isabelino Vega, luego de obligarlo a bajar la vista.

            Al leer estas brutales palabras de los verdugos de Esquivel he pensado que muchos de los políticos que se consideran “progresistas”, y de los que les da vergüenza que los tachen de derechas, que hablan del derecho de la mujer a decidir sobre la nueva vida que lleve en su seno, se autoproclaman  señores de la vida y de la muerte. Pueden morir los que ellos permitan con sus leyes que sean exterminados. Los demás que vivan como puedan, y cuando no puedan  habrá otra ley que permita llevarselos por delante.

            Me hago eco de una Sentencia del Tribunal Constitucional de la Alemania reunificada de 28 de mayo de 1993: La Constitución impone al estado el deber de tutelar la vida humana, incluida la prenatal (…) La dignidad humana ya pertenece a la vida humana prenatal. El ordenamiento jurídico debe asegurar los presupuestos jurídicos de su desarrollo, en el sentido de un derecho autónomo a la vida del nasciturus. Este derecho a la vida tiene reconocimiento propio, independientemente de su aceptación por parte de la madre (…) La tutela jurídica corresponde al nasciturus incluso ante su propia madre. Tal tutela solo resulta posible si el legislador prohíbe, por principio, abortar a la mujer, y contextualmente le impone, también por principio, el deber jurídico de llevar a término el embarazo (D´Amico, M., Donna e aborto nella Germania riunificata, Giuffré, Milán 1994).  Alemania sabía muy bien lo que es matar a inocentes. ¿Y nosotros no?

            A los que estamos a favor de la vida en todas sus etapas seguro que no nos harán caso, nos colgarán el sanbenito de retrógrados y cavernícolas. Bien, pero la vida es la vida, y nadie se puede erigir en “señor de la vida y de la muerte” excepto Dios, aunque parece que lo que hoy se lleva es el egoísmo recalcitrante, y el absurdo,  de pensar que somos los dueños absolutos de nosotros mismos, y los árbitros infalibles del bien y del mal. Pero no lo olvidemos, el nasciturus no es cuerpo de la madre, es un ser nuevo que ha venido a la vida sin pedirlo, y tiene derecho a que se  respete su existencia. Todo lo que no sea eso es sencillamente matar a un “ruiseñor”.

 Juan García Inza
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