Si Cataluña se sale con la suya y elimina a España en los cruces por el derecho a decidir el valle de Arán pedirá por efecto contagio a la Generalitat el plácet para jugar como selección propia. Y, ya puestos, Vilanova y la Geltrú exigirá también que le dejen tutear en el campo a Trinidad y Tobago. Es lo que tiene abrir una vía de agua. Artur Mas cree que romper la ventana es la mejor forma de vislumbrar el horizonte de la independencia, pero es posible, primero, que no le dejen, segundo, que Cataluña se convierta en Yugoslavia con espetec y, tercero, que huya la pela por el boquete. Y, como bien saben los hippies, la independencia, sin dinero, sólo apetece en verano.

La unidad del Estado es considerado por el presidente de la Conferencia Episcopal un bien común. A mi juicio, así es, porque, mal que bien, los españoles lo somos al menos desde los Reyes Católicos y, a pesar de que Goya no pinta de oído, de vez en cuando sustituimos el garrote por el abrazo. A Rouco, por su defensa del concepto patria, el laicismo le llama poco menos que Girón de Velasco a fin de relacionar al león de Fuengirola con el cordero de Dios. Es sólo el principio. Pronto le echarán en cara que no contara con el tamborilero de Bruch el día en que entonó Clavelitos.