Cuentan las crónicas periodísticas de septiembre del 83 que Andoni Goikoetxea rompió a llorar ante el comité de competición cuando explicó a sus señorías el lance de juego que introdujo a Maradona en los secretos del politraumatismo. El defensa vasco vino a decir que la entrada que familiarizó a la afición con la literatura médica de terror (maléolo afectado, desviación del tobillo, arrancamiento de ligamento lateral interno y luxación de la zona pateada) la hizo sin querer.
Lo importante, empero, no es la intención que tuviera, sino el hecho de que después de lesionar a Diego Armando el zaguero lloró, ya que el llanto, la expresión hídrica del arrepentimiento, surte efecto en la redención. Precisamente, lágrimas es lo que ha faltado al colectivo de presos etarras que lamenta el daño causado a sus víctimas, por lo que el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, sugiere que su dolor de los pecados es táctico, así que exige que pidan perdón. Que no lo pidan tiene sólo una explicación: los baleadores de la banda deben de considerar que las nucas son la retaguardia del fascismo.