La historia deja en evidencia cuatro puntos:
PRIMERO: Las parroquias, movimientos y, sobre todo, los colegios católicos están fallando, algo no están –o estamos- haciendo bien. Falta una mejor formación a partir de la fe y, por supuesto, de la razón. No se trata de saturar a las nuevas generaciones, sino de informarlas sobre lo que significa pertenecer a la Iglesia Católica.
SEGUNDO: Dar a conocer el valor de la adoración eucarística. ¿Puede haber meditación más profunda que la que se da ante Jesús presente en la Eucaristía?
TERCERO: Rezar está bien; sin embargo, las oraciones preestablecidas tienen que llevarnos a la meditación y, posteriormente, a la contemplación; es decir, pasar del hablar al estar con Dios.
CUARTO: Hay que saber respetar las diferentes religiones; sin embargo, la tolerancia no significa que debamos callar u ocultar la riqueza de nuestra identidad como católicos. ¿Para qué buscar fuera lo que ya se tiene dentro de la Iglesia? Con la oración y los sacramentos, el yoga no hace falta.
La nueva evangelización, desde la necesaria inculturación, tiene que retomar el sentido y alcance de la vida espiritual. El que tantos católicos y católicas estén desorientados se debe a la falta de buenos catequistas y/o comunicadores. Poco a poco, es posible salir del problema. Lo importante es llevar a cabo una crítica constructiva y, desde ahí, empezar a aclarar todas las dudas que vayan surgiendo. En otras palabras, inspirar confianza para que nadie se sienta rechazado por más confundido que se encuentre. De una película –como fue el caso de la anécdota- es posible dar paso a una plática amena, cercana, interesante y, sobre todo, capaz de aclarar los puntos pendientes.
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