Los católicos estamos acostumbrados a defender al Papa de sus enemigos. Lo llevamos haciendo dos mil años, conscientes de que “herido el pastor se dispersará el rebaño”. Lo hemos hecho con Juan Pablo II, al que todos aplaudieron al final de su vida pero que tuvo que soportar tantos ataques durante la mayor parte de su pontificado. Lo hemos hecho con Benedicto XVI, al que primero acusaron de complicidad en escándalos de pederastia y luego acosaron con los escándalos del “vatileaks”.
Parecía, sin embargo, que esta defensa del Papa ya no era necesaria con Francisco, pues el aplauso es tan universal que no sólo le han nombrado personaje del año revistas como Time, sino que también le han ensalzado desde los medios de comunicación de la izquierda anticlerical hasta los del lobby gay. Pensábamos eso y estábamos equivocados.
El Papa sigue necesitando ser defendido –y la primera defensa que debemos brindarle es nuestra oración-, pero ahora ya no de sus enemigos, sino de sus amigos. Bueno, de algunos de sus amigos. De esos “amigos” recientes que están aprovechándose de la cercanía que él les ha brindado para interpretar sus palabras y sacar conclusiones que nada tienen que ver con el auténtico pensamiento del pontífice.
Un ejemplo es Scalfari, el periodista italiano al que Francisco concedió su primera larga entrevista, representante de la izquierda atea y anticlerical italiana. Scalfari ha publicado esta semana un largo artículo en el que afirma sin rodeos y sin complejos que el Papa es un revolucionario porque ha suprimido el concepto de pecado y que lo ha hecho por la vía del relativismo, es decir dejando a cada uno que tenga su propia conciencia sin ninguna referencia externa, sin ningún vínculo de obediencia a las enseñanzas de Cristo, recogidas en el Evangelio y transmitidas e interpretadas fielmente por el Magisterio a lo largo de los siglos. Cada uno puede decidir por sí mismo, según le convenga y le apetezca, qué es bueno y qué es malo, dice Scalfari que piensa el Papa. Se ha acabado el pecado, puesto que cada uno decidirá siempre que lo que le conviene es bueno y lo que no le interesa es malo, concluye el periodista italiano.
La cosa ha sido tan fea que ha tenido que intervenir el portavoz vaticano, padre Lombardi, para rechazar esta interpretación del pensamiento pontificio, argumentando que como el Papa es jesuita no puede negar la existencia del pecado porque en los Ejercicios de San Ignacio se dedica la primera semana a meditar sobre el tema. El argumento podía haber sido más convincente, ciertamente, pero lo que importa es que estamos ya ante un punto de inflexión: los amigos del Papa se han apoderado del Pontífice, se han convertido en sus traductores antes la opinión pública, y están vendiendo un mensaje que no es el que de verdad emana de Francisco, de sus palabras y de sus signos.
No nos queda más remedio, por lo tanto, que volver a donde estábamos. Volver a la defensa del Papa. Ahora no le defendemos de sus enemigos, sino de estos que se dicen sus amigos y que afirman que ellos son los que de verdad le entienden, pues según ellos el Papa no puede ir más lejos porque no le dejan los católicos conservadores que somos nosotros. Cabe decir aquello de “líbrame Señor de mis amigos, que de mis enemigos ya me libro yo”. Porque con amigos así, ¿quién necesita enemigos?. Recemos por el Papa y defendámosle de sus nuevos y peligrosísimos amigos.
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