Los medios de comunicación resaltan que, respecto a la etapa de Benedicto XVI, en la de Francisco se ha triplicado el número de fieles que acude a El Vaticano para escuchar al Papa en directo. Todo lo que sea sumar es bueno, pero  a mí, que soy de letras, esto de las cifras no me parece tan relevante, máxime si las matemáticas se utilizan como arma arrojadiza contra Ratzinger, cuyo retiro equiparan los críticos al de Carlos V en Yuste, cuando en realidad su gesto no se ha derivado de la melancolía sino de la generosidad.

Ratzinger, según los cronistas que relacionan la aritmética con la fe, no tenía tanto tirón como Francisco, pero esta gente ignora que Dios llega lo mismo a muchos a puerta cerrada que a uno solo en los espacios abiertos, como demuestra su advenimiento al conjunto de los apóstoles en Pentecostés o ese hacerse el encontradizo con San Pablo. Quiero decir que sobra esa comparación continua entre uno y otro pontífice a cuenta de quién predica mejor, quien conecta con la gente y quien llena más la plaza de San Pedro. Quien llena es Dios, que para eso es ubicuo.