Hay una conversación entre San Pío de Pietrelcina y un médico ateo que vale la pena recordar como punto de partida. Hablando sobre la fe, el doctor le dijo al fraile: “padre, usted sabe que no creo en Dios”, a lo que este le respondió: “pero Dios sí cree en ti”. Una respuesta elocuente, capaz de atraer nuestra atención y, desde ahí, hacernos ver cuánta confianza tiene Cristo en nosotros, a pesar de los pecados que hayamos cometido. Lo cierto es que nadie nace predestinado a convertirse en un ladrón, asesino o dictador. El contexto social y educativo puede influir a favor o en contra; sin embargo, todo depende de la voluntad de cada persona.

 

A veces, cuando Dios nos pide algo, buscamos excusarnos, pensando que eso es para gente más capaz y, aunque aparentemente así sea, no hay que olvidar que él sabe lo que hace y, por ende, cuál es la mejor manera de llevarlo a cabo. Si nos encarga un proyecto, hay que superar el miedo o susto inicial para ponernos en camino. Se necesita una buena dosis de prudencia mezclada con audacia. El cristianismo no es una teoría o algo abstracto, sino un itinerario para toda la vida que implica abrirse a las sorpresas que Dios nos vaya poniendo como parte del camino.

Los que afirman que la fe es para gente rara o aburrida, no saben lo que dicen, pues si tan sólo hicieran la prueba de conocer a Jesús, se darían cuenta de la aventura que implica seguirlo. Ciertamente, las pruebas forman parte del paisaje, pero todo estilo de vida que valga la pena pasa por dificultades. Lo importante es seguir adelante, sabiendo que Dios camina a nuestro lado, que podemos acercarnos a él y plantearle nuestros asuntos. Aunque su modo de responder puede parecernos un tanto desconcertante algunas veces, lo cierto es que nunca deja de respondernos. Dios es el primer interesado en que seamos felices. Por esta razón, dejémonos hacer y deshacer por el Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo del “Fiat” de María, la mujer más valiente de la historia.

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