Muchas veces guardamos el rostro de nuestros seres queridos con la última imagen que tenemos en vida de ellos. Abuelos, padres u otros familiares y amigos siempre se van dejándonos un recuerdo especial con un semblante concreto según la edad en que son llamados a vivir la eternidad. Pero no podemos olvidar que también han sido niños y jóvenes y quizá esa etapa de su vida queda más olvidada. Algo de esto me ha pasado estos días en un barrio de Amorebieta, en Larrea, cerca de Bilbao. Hemos tenido allí el Capítulo Provincial de los carmelitas descalzos de la Provincia de San Joaquín de Navarra para tomar ciertas determinaciones y otros asuntos a tratar. Ahí no voy a entrar, sino en recordar a un fraile que vive aquí un año muy especial, como la mayoría de los presentes en el Capítulo: el año del noviciado. Desde que se recupera la Orden del Carmelo Descalzo en España el convento de Larrea acoge cada año a no pocos jóvenes que se inician en la vida religiosa como novicios. Me recuerdan algunos que les tocó ver ampliar la casa, aumentar un piso más, porque no cabían todos en los años 50 del pasado siglo. Un convento inmenso con tres pisos y todo lleno de frailes que quieren seguir los pasos de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz en compañía de la Virgen del Carmen.
Pero el fraile del que me acuerdo de un modo especial estos días no hace el noviciado en esos años, sino mucho antes, concretamente el curso 1895-1896, tiene entonces 18 años, más tarde se ordena sacerdote y en la última etapa de su vida llega a ser General de la Orden. Me refiero al P. Silverio de Santa Teresa. Un religioso que no he conocido en persona, muere en 1954, pero al igual que dice fr. Luis de León refiriéndose a la Madre Teresa de Jesús, puedo confirmar con alegría desbordante que no he conocido al P. Silverio mientras estuvo en la tierra, pero lo he conocido en sus hijos y en sus libros.
Entre sus discípulos más aventajados encontramos a dos carmelitas descalzos que nos han dejado hace un par de años y que son quienes me han ayudado a conocer, a querer y a vivir unido al P. Silverio. Hablo del P. Tomás Álvarez y del P. Eulogio Pacho. Uno maestro en Santa Teresa y otro en San Juan de la Cruz. Del P. Silverio toman ese afán por los grandes pilares del Carmelo Descalzo y dedican su vida al estudio de su biografía, escritos y doctrina. Son transmisores de ese modo de vida conventual de oración, estudio y apostolado que acerca a las almas a Dios desde la deslumbrante espiritualidad carmelitana. No pocas veces me contaban anécdotas de la vida del P. Silverio cuando ya estaba en Roma y ellos empezaban a profundizar en la vida carmelitana. Tenían un gran maestro y aprendieron muy bien la lección; y lo que es mejor aún, han sabido transmitirla con toda claridad para que su memoria siga viva y podamos conocer a hermanos nuestros que tanto han trabajado en favor y progreso de la Orden. Por eso repito, no conocí al P. Silverio en esta tierra, pero lo he conocido en sus hijos, en el P. Eulogio y en el P. Tomás.
No sólo se conoce a alguien por su relación personal, sino también por aquellos otros hijos que no se mueven sino que esperan a que vayamos a visitarlos y los llevemos con nosotros para entonces comenzar un diálogo de tú a tú: son los libros. Un autor puede ser conocido y entendido al abrir sus libros, entonces nos encontramos una persona concreta que pone por escrito lo que lleva en su corazón. Eso mismo hace el P. Silverio de Santa Teresa: escribir unas cuantas obras que van a ser de gran ayuda en diversos ámbitos: la Historia del Carmen Descalzo, la Biblioteca Mística Carmelitana y la Carmelita Perfecta, entre otros. Con estos aquí citados tenemos una fuente preciosa, completa y llena de vida para conocer la historia de los carmelitas descalzos, los escritos de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Jerónimo Gracián, y la manera de vivir las monjas en el claustro carmelitano. Cuando una persona quiere escribir sobre estos temas es porque su centro, su morada, su ser, está ahí: una historia singular, vivida en primera persona a lo largo de los siglos, en diferentes hermanos, sin olvidar nunca que el manantial es una mujer que comienza a fundar conventos de monjas de clausura. Así se conoce al P. Silverio y así lo conozco.
Vuelvo al inicio, al convento de Larrea, donde el joven Silverio aprende a ser fraile, a llevar el hábito, a rezar el oficio divino, a realizar las diversas tareas de la casa, a pasear con los otros novicios, a leer a los Santos del Carmelo,… a dejarse llenar del amor de Dios que lo ha llamado a vivir en integridad una vocación apasionante: ser carmelita descalzo. Me vienen al recuerdo esas fotos que han quedado del P. Silverio, ya mayor; pero al pasear por la huerta, al rezar en la capilla interna, al recorrer el convento, quiero encontrarme con ese jovenzuelo que pone la mirada en Dios y no busca más que la unión con Él para ser feliz, para vivir en la paz, para contagiar la experiencia que vive en esos momentos a otros que luego vendrán. Ese Silverio es desconocido para todos, sólo los datos biográficos nos pueden acercar a esa etapa de su vida. Pero hay un modo, una manera, un plan precioso para poder llegar a este ansiado encuentro: la oración. Rezar, pedir la presencia del Espíritu Santo, ponerse bajo la capa blanca de la Virgen del Carmen, tomar de la mano a la Madre Teresa, buscar la persona de San Juan de la Cruz y empezar a caminar, a mirar al cielo, a dar gracias, a dejar que hable Dios y no uno mismo. Entonces todo se puede, hasta llegar a encontrarnos de verdad con fr. Silverio de Santa Teresa.
Un camino interior hecho paso a paso y con mucha esperanza. ¡Está presente, cercano, vivo, como los padres Tomás y Eulogio! ¡Qué grandeza! ¡Qué intimidad! ¡Qué confidencias! Todo me hace recordar a este hermano mío del que me siento muy hijo y en cierta manera “nieto” al haber recibido todo por manos de sus “hijos” fr. Eulogio y fr. Tomás. Y lo que es más curioso y que muy pocos saben o no se han dado cuenta. Estos tres carmelitas descalzos se unen de modo especial en un día concreto del calendario: el 27 de julio. En esta fecha, desde hace dos años, han quedado para siempre unidos; y unidos hay que recordarlos. El 27 de julio de 1902 recibe la ordenación sacerdotal en el Carmen de Burgos el P. Silverio de Santa Teresa, el 27 de julio de 1926 nace en Calaveras de Arriba (León) el P. Eulogio de la Virgen del Carmen y el 27 de julio de 2018 fallece en Burgos el P. Tomás de la Cruz.
Y por apenas dos días no llego a estar en Larrea el 27 de julio de 2020, poco antes, el 25 de julio, día del Apóstol Santiago, dejo Larrea para volver a Calahorra. Antes miro por la ventana como despedida final y contemplo el paisaje que tantas veces admiraría ese chaval que acaba de recibir el hábito de la Virgen y mira a lo alto, como buscando los montes de su pueblo, Escóbados de Arriba (Burgos). Es entonces cuando más fácil me resulta unirme a él, cuando observo los contornos, veo los caseríos asentados sobre los collados que rodean al convento y si voy más allá, al horizonte, me encuentro con unas peñas altas, descarnadas, cortadas a pico, entre las que se atisba una nubecilla. Esa nubecilla me recuerda la visión del profeta Elías en el Monte Carmelo y pone el punto final a una intensa experiencia que se completa cuando uno mira en lo profundo de su corazón y descubre la presencia de Dios de un modo tan vivo como lo hace un joven de 18 años, Silverio de Santa Teresa, que en Larrea busca a Dios en el sagrario, en el coro, en el claustro, en la huerta y también entre las peñas.