¡Qué grande es el amor!..., porque grande es el Señor. Nada hay existe o existirá jamás, más grande que el Amor, porque en definitiva el amor es el mismo, nuestro Dios. Y si Dios es grande e ilimitado y omnipotente grande ilimitado y omnipotente es el amor. Porque Dios es amor y sólo amor según nos dice el evangelista San Juan reiteradamente (1Jn 4,16).
El amor todo lo puede, lo domina todo y anula hasta su antítesis que es el odio. Porque el amor es más fuerte, que el odio. El odio carece de entidad propia, no es nada más que la total ausencia de amor, Cuando existe, lo que hay donde existe es una total ausencia del amor. El odio nace para ocupar el vació que la falta de amor ha creado. Cuando un ser humano no acepta el amor que le ofrece Dios, entra en la carencia o ausencia del amor, y entra en el reino del odio, que es el reino de satanás, donde también se carece de la Luz divina y por ello se dice que el infierno es el reino del odio y el de las tinieblas.
Pero siguiendo con la grandeza y omnipotencia del amor, ya nos escribió San Juan de la Cruz, que: Dónde no hay amor pon amor y encontrarás amor. El amor es la base y la razón de nuestra existencia y por lo tanto de nuestras vidas. Fuimos creados por amor y para gozar de la dicha de un amor eterno, ya que al ser hijos de Dios desde nuestro bautismo, y cuando abandonemos este mundo, lo que nos espera y encontraremos, es una dicha inenarrable, basada en el amor, que es Dios mismo.
Este amor divino que es la contemplación del Rostro de Dios, es la base de una eterna felicidad para la que hemos sido creados y que ardientemente anhelamos pero que no la conocemos. El anhelo de llegar a poseer esa felicidad desconocida para nosotros, es lo que nos hace andar por esta vida buscando constantemente un sustitutivo, de esa felicidad desconocida que nuestro ser anhela. Pero la felicidad para que sea auténtica, ha de tener un requisito y es que esta felicidad que escasamente nos puede ofrecer es mundo, no lo tiene y este es el de tener la seguridad de que nunca se acabará la felicidad de que se trate, pues de otra forma si la felicidad carece de este requisito, no la disfrutaremos plenamente, porque ella se nos amargara con el temor a la falta de seguridad, de que dure en el tiempo, de que nos dure eternamente. Y en este mundo jamás se podrá encontrar una felicidad, que dre eternamente. Ni siquiera nadie puede decir que desde su nacimiento hasta su muerte, ha tenido siempre la felicidad de tener todo lo que le apetecía.
Pero es más, hay dos cuestiones más que nos denigran, la felicidad que podamos llegar a alcanzar en este mundo y son las referentes a la intensidad y cuantía que tiene la felicidad terrenal, que no tiene punto de comparación con la felicidad celestial.
Y para obtener la felicidad celestial y ejercer como auténticos hijos de Dios hemos de superar en el tiempo de nuestro pasó por este mundo, una doble prueba de fe y de amor. Primeramente de fe porque si no creemos en la existencia de Dios, difícilmente podríamos llegar a amarlo. Y de amor porque sólo el amor ama al amor; en otras palabras una de las características del amor es la mutua reciprocidad. Dios nos ama tremendamente con un amor infinito, como lo es todo lo suyo y si nosotros no amamos a Dios, no podrá existir reciprocidad alguna. De aquí nace la necesidad de existencia de la prueba de amo que estamos pasando. Por ello la prueba ha de ser de amor.
La razón de existencia de esta prueba de amor que hemos de pasar, está ligada también al concepto de la libertad. Veamos: por un lado la libertad es un requisito imprescindible, para que nazca el amor. En el amor humano, del cual hablaremos a continuación, nadie puede obligar a otra persona a que le ame a uno mismo, por muy buen partido que nos consideremos. Tampoco unos padres tienen capacidad de obligar a que sus hijos o hijas, amen a las personas que a ellos les gustan. El amor para que se genere necesita ser libre, sin libertad no puede nacer el amor.
Dios es amor y nada más que amor, y ama a todo lo que por Él, ha sido creado, aunque con distinta categorías de amor; ama a los vegetales, a los minerales, a los animales, pero sobre todo a los seres humanos, porque Él es Espíritu puro y a nosotros nos ha creado, a su imagen y semejanza, referida estar a nuestras almas, no a nuestros cuerpos que son materia, como lo son los minerales, las plantas o los animales.
Y nos ha creado libres, con el denominado libre albedrío, porque al ser libres, libremente podemos aceptar su amo o denegarlo. El busca que le correspondamos a su gran amor a nosotros, porque el amor como antes hemos dicho precisa de la reciprocidad. Y el amor con el que nosotros le hemos de corresponder, es un amor humano que al ir dedicado a Él, se nos transforma en amor sobrenatural, ya que lo que amamos es a Dios y su naturaleza está por encima de la nuestra, por ello el amor es sobrenatural, se nos transforma en sobrenatural cuando se lo dirigimos a Él.
Al ser Dios amor y solo amor, como ya antes hemos recordado las afirmaciones de San Juan evangelista, sucede que Él es solo el único que puede generar amor. A lo que nosotros le llamamos amor entre nuestros semejantes, es una copia que se genera en el amor sobrenatural divino y es deseada por Dios que no solo quiere que le amemos a Él, sino también a nuestros semejantes. Porque en el amor, los amantes aman siempre lo que ama su Amado, en este caso el Señor. Dios nos ha creado a todos y desea que nos amemos entre nosotros, pero marginando la degradación del vocablo amor que hemos hecho, llamando amar al puro deseo de satisfacer la sexualidad.
Nosotros, aquí abajo estaremos un tiempo muy corto, cortísimo, si tenemos en cuenta que nuestra alma cualquiera que sea el destino que nosotros escojamos, al ser espíritu puro es eterna. Por ello más vale que nos lo pensemos bien y tratemos de superar nuestra prueba de fe y amor, con la mayor cuantía de amor, porque arriba solo nos van a preguntar: si hemos amado y en qué cuantía y así será nuestra futra gloria, que debemos de desear para todo el mundo
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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