En esta primera semana de Navidad se nos habla del amor en la vivencia y defensa de la familia, de la maternidad de María y de la divinidad de Jesús. Dios es familia y nosotros estamos invitados a participar más activamente como hijos y padres cristianos. No podemos quedarnos de brazos cruzados como si tuviéramos algún temor de afirmar lo que somos ante quien sea, de defender lo nuestro. Ante las diversas adulteraciones y eufemismos acerca del matrimonio, la familia y la vida, es urgente hoy en día la defensa de la dignidad de la vocación matrimonial y familiar. Y esto se verifica a través del elocuente testimonio -sencillo y cotidiano- en el seno de nuestra familia, y desde nuestro trabajo y oración callados por ella. Eduquemos en libertad y responsabilidad, en amor y convicciones firmes, con ternura y seguridad al mismo tiempo.
Hay dos textos que nos ponen en situación de ese compromiso necesario, que nos llevan a una contemplación y tarea muy concretas. Uno es del domingo 29 y otro del miércoles día 1.
El del domingo, como punto de partida, es la oración colecta de la Misa de la fiesta de la Sagrada Familia (donde hemos celebrado la jornada pontificia por la familia y la vida): “Dios, Padre nuestro, que has propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo, concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo”. El ideal con el que debemos confrontar continuamente nuestra familia es la vida en comunión de Jesús, María y José. La familia es un lugar privilegiado para el anuncio de evangelio a todas las naciones. Por ello podemos hacernos unas cuantas preguntas: ¿Nos queremos de verdad, de corazón? ¿Cómo miramos, saludamos, cuidamos, preocupamos, ayudamos, agradecemos, perdonamos y alegramos juntos? ¿Nos echamos de menos? ¿Cómo sobrellevamos nuestros temperamentos y humores a menudo cambiantes? ¿Procuramos templar nuestros nervios y posibles molestias? ¿Damos testimonio, con nuestra propia vida, del gran tesoro de tener a Jesucristo en medio de todo lo que pensamos, decimos y hacemos? ¿Tenemos en cuenta, o no nos olvidamos, de aquellos que ya partieron a la casa del Padre donde queremos un día estar con ellos gozando de la paz del Señor?
El segundo centro de atención semanal viene el día 1 de enero en el Martirologio Romano, solemnidad de Santa María, Madre de Dios, que se celebra “en la Octava de la Natividad del Señor y en el día de su Circuncisión. Los Padres del Concilio de Éfeso la aclamaron como ‘Theotokos’, porque en ella la Palabra se hizo carne y acampó entre los hombres el Hijo de Dios, príncipe de la paz, cuyo nombre está por encima de todo otro nombre.” Estamos aún celebrando el misterio de la Natividad del Señor en toda su plenitud. Se nos hace referencia al concilio ecuménico de Éfeso del año 431. Nestorio, patriarca de Constantinopla, desde el 428, predicaba junto con sus discípulos que no se podía atribuir a María el título de Madre de Dios, como la piedad popular hacía, sino sólo Madre de Cristo. Los nestorianos afirmaban que había dos personas completas en Jesús, la divina y la humana, unidas de manera íntima pero moral, no de forma consustancial. Cirilo, patriarca de Alejandría se opuso a Nestorio y Oriente se dividió de nuevo. Por ello se convocó el concilio de Éfeso, donde se llegó a condenar y deponer a Nestorio. También se afirmó la divinidad de Cristo y se declaró que María no sólo era la madre de Jesús sino también madre de Dios, porque en Cristo, Dios y hombre, había una sola persona. Así se defendió la unidad sustancial de Jesús.
¿Cuál ha sido y es nuestra experiencia cristiana, unitaria, de vida matrimonial y familiar? Si ha sido, o es, una experiencia de amor, y fruto también de nuestro esfuerzo y sacrificios constantes, ¿cómo vivimos nuestra identidad y la testimoniamos a los demás? ¿Nos avergonzamos o damos razón de nuestra experiencia gozosa de amor y unidad? Si ha sido dificultosa o tormentosa, ¿hemos intentado superarla permaneciendo abiertos al modelo original de la Sagrada Familia, procurando cada uno vivirla en fe, a través de una profunda conversión personal?
Rogamos juntos en familia, con María, Madre de Dios y nuestra (1 de enero); en obediencia y caridad fraterna con los santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia (2 de enero); por el Santísimo Nombre de Jesús (3 de enero), para que no dejemos de testimoniar el amor en nuestra vocación matrimonial y familiar, trabajando y orando por ella. Dios salva en y desde nuestras familias. Dios es Amor, es Familia, es la Vida. No lo olvidemos.